| Subject: Ginger y Fred - cap. 11 |
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Date Posted: 05:36:04 02/07/07 Wed
-dímelo –insiste Fred.
Habían estado todo el día recorriendo Cozumel, ahora cenaban en una pequeña cantina de barrio. Idea de Ginger: en los lugares donde va la gente común, donde comen los sectores populares la comida es mejor sazonada, abundante y más fresca. A Fred no le quedó otra que aceptar, luego del trajín moría de hambre. Una bandeja de arroz frito y otra con tortilla de maíz, guacamole y quesadillas a mitad de la mesa hacían de barrera entre ambos.
Ella menea su cabeza: hay misterios que una mujer no debe revelar –se inclina para susurrarle- este es uno de ellos.
-cómo rayos voy a aprender si no me lo dices? Vamos Ginger, sé que no soy el mejor del mundo en la cama... tampoco el peor no?
-no.
-no qué? –sigue interrogándola.
-no ambas. Ni mejor, ni peor... pero son límites variables, puedes mejorar... o empeorar –ríe- hay por qué te preocupa tanto! Por qué a los hombres les preocupa? Digo, no conozco a uno que no lo preguntara... y una debe mentir porque el ego masculino es muy frágil.
-conmigo no, fuiste cruel.
-sincera –come un poco de su arroz- pero sólo porque soy tu ‘maestra’ por estos cuatro, no, casi tres días que quedan...
-sino... mentirías?
-probablemente –mira su cara de decepción-. Vamos cena, que dentro de una hora debemos regresar.
Franco la mira en silencio antes de preguntar: cuantas mujeres...? –ella lo mira extrañada- digo, cuantas debiera conocer para poder considerarme experimentado?
-por qué lo preguntas?
-tú sabes Ginger aparte de ti, sólo... mi mujer. Y ella nunca dijo nada de esto. Quiero decir, nunca hablamos de sexo, creí que disfrutaba...
Lo miró a los ojos tiernamente: sólo una basta Fred.
-entonces? –la mira confundido.
-no es la cantidad lo que te hace experimentado sino que sepas qué exactamente le gusta a esa mujer que tienes enfrente. Quizás tu mujer no se quejó porque hacías las cosas bien... quizás porque se avergonzaba de decirte lo que prefería de ti –él la miró sorprendido- sí, en este supuesto mundo de liberación sexual las mujeres somos aún pacatas.
-tu crees que a ella no...? No me gusta esa idea –la miró resignado y dolido, su mujer se había convertido luego de morir en una imagen perfecta, pura y hablar de ella de ese modo era atacar su recuerdo, era casi una herejía-. Pero supongo que es probable, ella venía de una familia católica y seguramente la enseñaron... ‘bien’-dijo haciendo una mueca. No le gustaba pensar eso de quien fue su mujer, él siempre había sentido que su relación era perfecta en todos los sentidos y ahora descubría que quizás ella sólo se conformase con él. Y él? se había conformado?
-exacto, una mujer sumisa y siempre dispuesta, una perfecta esposa –vio su cara desencajada, supuso lo que pensaba- vamos, ánimo, nada es tan radical. Seguramente ella disfrutaba de su vida contigo, de tu compañía, de tu amor e incluso de la cama... el placer es un poco más complicado que jadeos y orgasmos y a veces aunque no se alcanza el punto máximo también hay placer.
Ella hablaba naturalmente de temas que él jamás habría hablado con nadie, quizás con sus hermanos... sólo quizás. Definitivamente ella conocía y experimentaba un mundo muy diferente al suyo.
-tú crees eso? Que ella quizás...
-puede ser. En las relaciones sexuales nada es determinante, y a diferencia del resto de las cosas el paso del tiempo ayuda...
-a reconocer el cuerpo ajeno –la interrumpe.
-y el propio. Y lo que cada uno quiere –él quedó en silencio, pensativo- en qué piensas?
-en todo lo que me falta por aprender.
Volvían a Caronte, él exhausto, ella aún con algo de fuerzas. La bocina que auguraba la partida sonó varias veces, ellos siguieron unos minutos más en la cubierta observando como la imagen de la isla se alejaba lentamente perdiéndose en la oscuridad del horizonte. El aire de mar hizo que Ginger frotara sus hombros en un acto instintivo. Fred se acercó a ella, y la rodeó dando calor a su cuerpo.
-vamos, es tarde, y quiero llegar al cuarto –dijo él suavemente.
-estás rendido? –sonrió con picardía.
-no... aún.
-vamos... –intentó moverse cuando él la tomó de la mano haciéndola girar.
Meneó su cabeza: no señorita, esta noche en mi cuarto.
-y por qué el tuyo?
-porque aún no lo he usado y porque es más amplio.
-con sólo unos metros bastan...
-no para lo que yo tengo en mente –sonrió.
Subieron hasta el camarote de Fred, aunque a Ginger le daba lo mismo sentía curiosidad por saber como era una suite del Caronte. Cuando Fred abrió la puerta una pequeña sala se presentó ante su vista. Las paredes en un marfil inmaculado igual que los cortinados, alfombra y tapices de las sillas. El único toque de color lo daba el caoba de la mesa y de las puertas, se adentró allí caminó tres pasos antes de que a su derecha un amplio arco diera lugar al dormitorio, también inmaculado. Demasiado austero, pensó.
-aquí estamos... –Fred sonreía de un modo que insinuaba tenía algo en mente. Ginger lo miraba dubitativa.
-qué planeas? Porque algo te traes.
-nada malo... –sus ojos tenían un brillo particular- ponte cómoda, ya regreso.
Ginger dejó su bolso sobre la pequeña mesa, se descalzó sintiendo bajo sus pies la suave trama de la alfombra, caminó hacia uno de los ventanales, entre las cortinas semi cerradas se divisaba la inmensidad del océano, oscuro igual que el cielo, amenazaba tormenta. Amaba las tormentas, le recordaban a su infancia en el campo, a los juegos de mesa con sus padres y hermanas, a chocolate caliente y torta. Escuchó el chirrido de la puerta y los pasos de Fred hacia ella. Cuando lo sintió a unos centímetros de su cuerpo, se acurrucó en su pecho sintiendo su calor y la suavidad de la bata que ahora llevaba.
-te cambiaste?
Él no respondió, sólo comenzó a acariciar suavemente su cuello, sus hombros en una sola línea quedándose en el hueco que permite la flexión al codo, acarició su cintura, bajando un poco más hasta el borde de su franela, sube debajo de ella tocando sólo con las yemas de sus dedos la piel que paso a paso se abre, vuelve a descender hasta el ruedo, la sube mientras Ginger extiende sus brazos para dejarse quitar la prenda. Besa su cuello y ella se estremece, él sonríe: ha encontrado un talón de Aquiles en Ginger; respira muy cerca de su nuca mientras sus manos conquistaban ahora su vientre, jugaban en él formando circunferencias. Ella voltea sólo un poco para acercar su rostro al de él, entrecierra sus ojos mientras sonríe.
-qué intentas? –le dice seductora.
-reconocer tu cuerpo.
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