Subject: Ginger y Fred - Cap. 18 |
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Date Posted: 20:10:53 04/04/07 Wed
Golpea la puerta con fuerza. Sabe que él está allí. Lo necesita, lo necesita demasiado, tanto como para doblegarse, como para rogarle si fuera necesario. Escucha pasos que se acercan, abren la puerta y un par de ojos marrones la saludan sonrientes igual que la voz por demás de exclamativa y chillona.
-Sarita, Por esta ciudad...?!!!! no te imaginaba nuevamente –seguían en la puerta, él parecía no tener intenciones de dejarla pasar.
-sí, nuevamente. No me invitas a pasar Leandro? –vio como los ojos de su amigo se desorbitaban, y comenzaba a caer de su frente una pequeña gota de sudor mientras su cara se ponía de color rojo, del mismo rojo que su bata.
-esteee.... no estoy solo... –se aclara la garganta y susurra – tú entiendes.
-claramente –toma la puerta y la empuja un poco esquivando luego a Leandro para entrar- por eso vine, porque no estas solo –mira hacia todos lados, hay rastros, indicios pero se ha escondido- Olegario!! Olegario salga por favor. Necesito hablar con usted, por favor Olegario sé que está viviendo aquí desde que el abuelo lo echó –mira a Leandro- Ruth me contó que estabas en pareja... recordé que tú y él siempre tuvieron un amorío secreto y... bueno mamá lo vio el otro día en un bar frente a tu tienda... até cabos –se dio vuelta para ver a su izquierda a Olegario en camisa y sin pantalón. Nunca imaginó ver a ese hombre así, intentó tomarlo con naturalidad, Olegario siempre había sido una persona muy conservadora- Olegario, aquí está. Me puedo sentar? –sin mediar respuesta lo hace-. Bien, necesito que regrese, sé que mi abuelo lo trató mal y que antepuso a Fernando a usted pero él ya no está y yo lo necesito... –seguía sin decir nada- Comprendo que esté dolido, yo lo estaría, pero lo necesito a mi lado, usted ha sido el mejor hombre que ha tenido la hacienda, el mejor, los trabajadores lo respetan, lo escuchan... no tengo mucho para pagarle pero creo que llegaremos a un acuerdo. Qué me dice?
***
Terminaba de maquillarse. Estaba feliz, con la ayuda de Olegario levantarían la hacienda, él no sólo era capaz sino respetado y aún cuando no tuviera dinero en ese momento sabía que por él muchos volverían. Olegario era una persona confiable. Ahora quedaba bajar y esperar a los invitados. Esa misma tarde Jimena y su marido habían regresado y los llamaron desde la hacienda Reyes. Los Reyes... esta noche los conocería, esta noche ponía en marcha su plan para recuperar la hacienda de la familia, vaya trabajo se dijo... No habían invitado a muchas personas, sólo familiares y algunos hacendados amigos, era necesario mantener buenas relaciones por si necesitaban su ayuda.
-Hermana... como siempre divina!
-gracias Norma –Sara llevaba un vestido por debajo de las rodillas en terciopelo verde musgo ceñido al cuerpo con un amplio escote V. El único detalle que lo adornaba era un pequeño prendedor en forma de dragón en oro e incrustaciones de esmeralda, regalo de su madre-. Ya han llegado?
-sólo Jimena y Oscar, su marido
La puerta se entreabre y Jimena se asoma. Sara deseaba verla, a pesar de no haberse llevado bien con ella sentía mucha rabia por lo que le había sucedido, necesitaba verla y saber que estaba bien. Y allí estaba la Jimena de siempre, parecía no haber cambiado nada, su aspecto siempre pulcro, su forma de vestir austera, por qué diablos siempre de negro? se preguntó; con la diferencia que ahora llevaba un anillo en su dedo anular y sus ojos cargados de melancolía? Tristeza? Rabia? No sabía decirlo...
-Sara –Jimena se acerca y la abraza como nunca, de alguna manera buscaba cariño y comprensión en ese abrazo.
-hermanita! –siente deseos de llorar, Jimena parece una niña pequeña que le pide ayuda, la mira a los ojos y ve oscuridad, la besa en la mejilla intentando reconfortarla, jamás se sintieron tan cerca- me alegra que hayas regresado, tenemos mucho de qué hablar...
Jimena asintió sin decir palabras. Las tres se sentaron en la cama que fuera otrora de Jimena.
-cómo estás? –dice mirándola fijo.
-bien, creo. Oscar es un buen hombre y me quiere mucho.
-lo quieres? –preguntó Sara, Jimena desvió su mirada hacia su mano, hizo girar a su anillo de matrimonio, no respondía.
-yo... no sé si pueda contestar ahora. Es un gran hombre, buena gente, el mejor marido que pude encontrar, creo...
-pero no lo amas- afirmó Norma. Jimena la miró con los ojos a punto de llorar e hizo una mueca.
-tiene todas las cualidades que siempre busqué, incluso es católico –sonríe- más que yo...
-pero no lo amas- repite Sara.
Jimena la mira seriamente antes de preguntar: se puede amar a quien sientes tu carcelero?
***
Bajaban las escaleras sonrientes aunque en sus rostros podía reflejarse el llanto de momentos previos. La casa ya estaba llena de invitados, Oscar junto a la escalera esperaba impaciente a Jimena, al verla le sonríe. Está enamorado, es obvio, pensó Sara mientras llegaban a su lado.
-usted debe ser Oscar. Yo soy Sara, la hermana mayor de Jimena. Bienvenido y disculpe la demora, cosas de hermanas...
-un gusto Sara –extiende su mano apretándola firmemente antes de darle un beso- bienvenida usted también, parece que la extrañaban por aquí –le sonreía-. Y no se preocupe, Jimena es su hermana antes que mi esposa.
Sin dudas ese hombre era bello, delicado, con buenos modales, pensó Sara. Incluso vio su crucifijo en el pecho y supuso que hasta parecía el hombre indicado para su hermana, o eso hubiese sido si el abuelo no la obligaba a casarse así y si esos hombres no buscaran la ruina familiar. Seguía mirándolo, intentando escudriñar sus intenciones, volvió a mirar a su hermana y sonrió.
-y su familia? Me gustaría conocerlos...
-mis hermanos no han llegado aún. Juan estuvo retrasado con unos animales y Franco se quedó para venir juntos, seguro no tardan –Oscar mira a Jimena- mi amor quieres tomar algo?
-si Oscar, gracias -Ambos se alejan mientras Gabriela se acerca y susurra a Sara.
-acabas de conocer al primero, y los que restan son tan guapos como este.
-mamá por favor! –insiste Norma- es el marido de Jimena!
-y nuestros enemigos, no lo olviden –agregó Sara antes de alejarse a saludar a unos invitados que llegaban.
-Esta hija, siempre tan melodramática –se dijo Gabriela.
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