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Subject: Ginger y Fred - cap. 26 a 34


Author:
abril
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Date Posted: 20:02:45 06/08/07 Fri

Capítulo 26

-vuelve a explicarlo hija... aún no entiendo –Gabriela se ajustó un poco la bata y miró el reloj de pie, eran casi las tres de la madrugada y ellos reunidos allí. La llegada imprevista de Jimena los había despertado.
-ni yo mamá... pero es como expliqué -insistió Jimena.
-pues lo explicas de nuevo –inquirió Don Martín atizando el fuego de la chimenea. Norma le acerca a cada uno un poco más de té, la noche sería larga...
-cuando regresé a la casa, Oscar estaba en la habitación y preparaba las maletas y dijo que se iba, que no podía vivir más en esa casa, me entregó este sobre y antes de irse me dijo que ya inició los trámites de divorcio... sin más ni más –Jimena miraba un punto fijo desconcertada, no entendía qué había ocurrido- que era libre para volver a casa... –sollozó, aunque la idea del divorcio era un alivio, no entendía lo ocurrido.
Sara deja sobre la mesa los papeles que le había entregado Jimena: pues estos son los convenios que los Reyes firmaron con el abuelo y según dice una parte, la que correspondería a Oscar ya estaría cancelada– todos se miran extrañados.
-no lo entiendo –Norma miró a Sara- si él obligó a Jimena a casarse por esos papeles...¿por qué el divorcio y esto?
-quizás se cansó de mí, quizás...lo aburrí –Jimena se sentía abatida, Oscar no le había explicado nada, sólo se había ido.
-Oscar se enteró...-susurró Sara pensativa, todos la miraron interrogándola, ella salió de sus pensamientos- no fue Oscar quien exigió que Jimena se casase con él, fue Franco.
-por qué?
-según él porque supo que su hermano te amaba-miró a Jimena- y que nunca se animaría a declararse...
-Franco? No entiendo...- Gabriela la miró- y tú como sabes?
-hablé con él hoy –recordó su encuentro- y me lo dijo... quizás quiso blanquear la situación con su hermano y conociendo a Oscar se tragó su orgullo y amor y pidió el divorcio...
-por mí...-dijo quedo Jimena.
-sí hermana, ese hombre te ama, tanto como para renunciar a ti.
-bueno, será mejor que no nos desvelemos más, mañana las cosas estarán mas claras –aseveró Gabriela y todos asintieron.

***

El desayuno fue silencioso. Cada uno cavilaba en sus pensamientos sin animarse a preguntar por los ajenos. Sara terminó su tasa de café y comenzó a levantarse, su abuelo la miraba sin preguntar...
-voy de los Reyes –el resto la miró- quiero saber qué pasó realmente. Además necesito saber cómo serán las cosas de ahora en más, con la parte de Oscar tenemos la mayoría de la hacienda, pero aún queda en manos de Franco y Juan una parte considerable.

Todos la miraron pero nadie dijo nada, quizás fuera mejor que las cosas se arreglasen de una vez. Sara tomó las llaves de la camioneta y condujo hasta la hacienda vecina. Muchos pensamientos se agolparon en su mente, como cada vez que debía ir allí. Era un sentimiento encontrado, el deseo de verlo, de sentirlo aunque sólo fuera a hablar de negocios y la necesidad de alejarse. No porque fuera el hombre que ‘atacaba’ a su familia o no entendiese sus razones empresariales, sino simplemente porque era el hombre que había conocido a Ginger, a ese otro costado de su ser que quizás nunca mostró antes. Había estado con muchos hombres, era cierto; y con todos había sido sincera, sin embargo con él algo de ella había cambiado, no sabía exactamente qué, sólo una especie de certidumbre que duró mucho más que ese viaje y que sólo ahora comprendía tenía que ver con aquel hombre. Eso le provocaba temor.
Expiró fuertemente, intentando alejar tantos sentimientos, miró por la ventanilla a Juan haciendo las galas de jinete quien, para no ser un experto, realmente dominaba a la bestia. Habiendo crecido en una hacienda era perfectamente capaz de reconocer las cualidades naturales en ese hombre. Dirigió su vista al pequeño camino que daba a la casa principal, majestuosa como pocas en la región, lo había notado la primera ocasión que visitó allí a Jimena. Detuvo la camioneta justo frente a la puerta principal, Quintina barría con esmero la entrada cuando levanta su rostro y la ve.
-Buenos días, busco al señor Reyes, Franco Reyes.
-está en su despacho… le aviso.
-no es necesario yo me anuncio –dijo Sara sin detenerse a recibir respuesta. Quintina la mira entre sorprendida y enojada. Esa muchacha tenía un modo muy particular… no le gustaría a doña Eva conocerla, pensó.
Sara subió la escalera, sabía de sobra el camino a la biblioteca, entró allí sin pedir permiso, como siempre que iba a esa casa. Franco estaba recostado en el sillón tomando con su mano izquierda un bife que se llevaba al ojo.
-Franco… -vio en su rostro una mancha violácea y supo que había sido Oscar. Se acercó, se sentó a su lado, acarició su mejilla un tanto enrojecida y meneó su cabeza- le dijiste…
-para ser sincero no sé como lo supo… creí que habías sido tú –ella movió su cabeza en gesto de negativa- pues no importa mucho.. sólo lo sabe.
-pelearon…
-en realidad no, sólo me golpeó y se fue.
-lo comprendo, creo que en su lugar haría lo mismo.
-quería que fuese feliz.
-pero no puedes obligarlo…no entiendo como pudiste pensar que era una buena idea.
-quien sabe… sé poco del tema… lo olvidas? –ella sonrió.
-pensé que te había ayudado a cambiar.
-sí… pero parece que soy bueno sólo cuando estás cerca –se acercó y rozó sus labios- creo que te necesito a mi lado…-Sara dio un respingo en su lugar, no esperaba esa frase de su parte. Él sonrió, dejó el bife sobre el plato y se incorporó un poco intentando que sus rostros quedaran de frente- te molesta que te lo diga?
-no, claro que no –le sonrió- estoy acostumbrada a que los hombres me necesiten –intentó disimular sus nervios, por qué estas palabras la perturbaban?
-es cierto, lo había olvidado, la mujer fatal, la que todos lo hombres aman...
El silencio de ese instante se hacía eterno para ella y decidió cambiar de conversación: dime, qué sabes de Oscar?
-nada, pero supongo que viajó a México, es demasiado previsible…
-sabes que dejó unos papeles a Jimena, es su parte del contrato de la hacienda…
-supuse que se lo entregaría. Quiso que yo firmara mi parte para cedérselas.
-no lo hiciste.
-no – el silencio volvió a hacerse presente- no me preguntas por qué?
-tendrás tus razones…
-las tengo… muy importantes –ella lo miró seriamente- tú.
-yo? -Dijo en tono perplejo.
-sí, tú. Recuerdas que te conté que tu abuelo me dijo que Jimena se separaría cuando la hacienda volviera a sus manos? –ella asintió- pues también me dijo que te irías si eso pasaba –Sara sólo lo miraba en silencio- y no quiero que te vayas. Te quiero aquí, conmigo.
-me iré de todos modos Franco, algún día...
-algún día. Pero no ahora -acercó su rostro al de ella suavemente y la besó, rozando sus labios primero, introduciendo su lengua lentamente, buscando en ella un refugio. Por unos instantes quedaron unidos en ese beso, las manos de ella, sin embargo no se habían movido de su lugar, no lo abrazaban.
-Te amo, Sara -susurró.
-yo no –dijo aún agitada.
-mientes, te conozco.
-eso crees? –ella se levantó intentando alejarse de Franco, de su cuerpo, de su piel.
-sí, mientes. Puede que me digas que yo en realidad no sé nada, que te conocí en circunstancias en que no eras tú pero yo sé la verdad…-ella lo espetó con su mirada- tú eres Ginger, siempre lo fuiste, pero nadie, ningún hombre lo descubrió, sólo yo –hizo un silencio para dar más énfasis a sus próximas palabras-. El problema es que… hubieses esperado que quien te descubriese fuera otro hombre, otro Fred, alguien más acorde con tu estilo de vida, con tus ideales. Creo que odias haberte enamorado de mí y por eso lo niegas.
Sara largó una carcajada: qué petulante… exactamente como cuando te conocí. Lamento decepcionarte pero realmente no me importas… y devuelvas o no la hacienda indefectiblemente me iré de aquí, Franco –las palabras de Sara pesaron más de lo que ella hubiese deseado, se mantenían en el aire enrareciéndolo.
-hagamos un trato-dijo Franco intentando no mostrar su decepción- te pido seis meses –ella arqueó una ceja- seis meses para enamorarte suceda lo que suceda, cuando termine el año la hacienda vuelve a tu familia. Estés a mi lado o no.
-estás loco.
-probablemente… aceptas?
-pues… no pierdo nada.
-no.
-acepto –se acercó a él que se levantaba para tender su mano, ella lo tomó en señal de ‘cierre de trato’. Franco aprovechó para jalonarla hacia sí, quedando sus cuerpos pegados.
Acercó sus labios al oído de Sara y recordando una vieja charla le susurró: Juega todas tus cartas, yo jugaré las mías.
Ella sonríe y susurra del mismo modo en que él lo ha hecho antes: No olvides que este es mi terreno.

Cap. 27
-usted qué piensa de este negocio Olegario?
-pues la verdad señorita yo de cultivos ecológicos no sé mucho... Pero si la lluvia no escasea creo que este negocio puede ser muy productivo.
-pienso lo mismo –dijo Sara mientras miraba los terrenos recién arados. La verdad sabía menos que nada del tema y había tenido que dedicarse mucho en esos días a este nuevo proyecto. Claro que también estaba Franco que aún cuando tampoco se dedicaba a ello había conseguido los mejores asesores. Luego de aquella tarde en que él le declaró su amor volvió a verlo sólo un par de veces y en esas veces no había intentado nada, ni besarla, ni conquistarla como le había prometido, sólo hablaban de este proyecto. Sara había tomado la idea de un amigo de su madre de invertir en la producción ecológica pues sabía que tenía un doble beneficio, ayudaba al medioambiente y si lograba el reconocimiento de la secretaría de agricultura también sería un negocio rentable. Franco la estaba ayudando con eso y para ella era un gran alivio tenerlo cerca en esos asuntos. Aunque su presencia también la inquietaba...
No podía entender cómo todo había pasado tan rápido, hacía tres semanas él le había propuesto devolverle todo y ella se había negado; menos de una en que irrumpió en su cuarto enojada por lo del banco y que terminó con ambos en la cama y sólo cuatro días desde que aceptó que él intentara conquistarla. Sonrió, en ese instante le había parecido que él estaba loco, rechazaba los beneficios de la hacienda sólo para poder enamorarla... como si no pudiese hacerlo sin ese trato! Pero a ella le beneficiaba, le aseguraba que en seis meses la hacienda volvía a su familia y por otro lado la halagaba saberse anhelada de ese modo, le provocaba cierta vanidad... Recordó nuevamente las palabras de él y algo la inquietó, él decía amarla, él decía que la conocía y que ella odiaba saberse conocida...¿acaso era eso aquello que la preocupaba luego de haberse encontrado nuevamente con él? Acaso era el temor a saberse descubierta por un hombre con el cual en circunstancias normales no se hubiese atrevido siquiera a coquetear? Él no era un hombre común y ella... definitivamente nunca vivía circunstancias normales. Sin embargo algo de él le dejaba un sabor amargo en el alma que sólo se disipaba muy de tanto en tanto, cuando sentía el calor de su cuerpo, su respiración serena, sus ojos límpidos y profundos deseándola.
-en qué piensa señorita? –preguntó Olegario, llevaban más de cinco minutos en silencio y tanta pensadera de su patrona le daba mala espina.
-me pregunto qué diablos hago yo aquí Olegario –sonrió. Olegario la miró confundido- no me haga caso...
-usted... cuida de su familia. Como hizo siempre –ella lo miró extrañada- no me mire así... usted cuidó de todos cuando su padre enfermó, incluso desde antes. Siempre se encargó de sus hermanas, de los despistes de su madre y de poner en sus sitio a Don Martín... Luego, bueno las cosas cambiaron, esta hacienda se volvió patas para arriba y usted se fue.
-me fui a hacer mi vida, a cumplir mis anhelos...
-nadie le reprocha, hizo bien –la mira en silencio- aunque... siempre tuve la sensación de que usted... perdón –sonrió mientras meneaba la cabeza- no me corresponde.
-hable Olegario, yo qué?
-usted huía.
-por qué lo cree?
-usted amaba el teatro, es cierto. Recuerdo incluso cuando la llevaba a la ciudad a sus clases a la Escuela de Arte Dramático que dirigía la Sra. Benavidez, esa que era amiga de su madre...-ella asiente- pues, como dije amaba el teatro pero nunca odió esta hacienda, ni a su familia, siempre creí que usted se quedaría dirigiendo este lugar.
Sara se quedó pensativa, desde que recordaba ella siempre creyó que le disgustaba ese lugar y su familia, y sin embargo Olegario tenía recuerdos distintos sobre ella, sobre su vida allí. Quizás él tenía razón, quizás la ciudad la había cambiado y volver allí la hacía aborrecer ese lugar y esa gente... Era extraño, ahora nuevamente en la hacienda había olvidado un poco su vida en Cartagena o en la compañía de teatro, casi no añoraba esa vida. Aunque sin duda amaba su profesión y claro, este tiempo allí lo veía como un impasse en su vida.
Mira a su lado a Olegario, extrañamente ese hombre era además de un empleado, un amigo y un gran consejero para Sara.
Él le sonríe tímidamente, es un hombre demasiado respetuoso –y demasiado preocupado por las jerarquías- como para mirar a su patrona de igual a igual. Le ha tomado cariño, desde que se enteró de su relación con Leandro ella jamás lo ha puesto en evidencia ni le ha preguntado nada. Sin embargo ha dispuesto todo para ayudarlo, como por ejemplo obligarlo a llevar recados a Leandro porque ella está ‘ocupada’, o dejarlo salir sin preguntarle a dónde va y muchas otras pequeñas actitudes que le hacen valorarla. Ella ha entendido su amor, no ha preguntado por qué o cómo, sólo lo ha entendido. Con razón Leandro solía decir que era una mujer maravillosa como amiga!
-en qué piensa usted Olegario? –él se sonrojó y ella sonrió- no se preocupe... imagino.
Ese comentario lo hizo sonrojar más, y ella lo palmeó en un gesto de comprensión.

***

Allí tumbado en la cama no podía respirar, sentía que ese ambiente lo asfixiaba, pero no deseaba salir. No tenía ánimos de pensar en nada. Sólo en ella. En lo que le había dicho. No lo amaba... sería cierto? Acaso ella fuera así con todos los hombres de su vida? Acaso él era sólo uno más? Si era así esa mujer se aprovechaba del poder que tenía y lo estaba engatusando. Estaba utilizando nuevamente ese juego de seducción que tanto lo enloquecía. ‘maldita mujer’, pensó... cómo se había colado en su vida, cómo ese exotismo y un par de palabras lo habían encandilado?
Era cierto la amaba. Ya no podía negárselo a sí mismo y mucho menos a ella. Si se lo había dicho había sido en serio... aunque ella no quisiera reconocerlo. Aunque él tampoco supiera decir qué exactamente le gustaba de ella, si esa libertad con que vivía, si el modo en que utilizaba sus armas de seducción, si esa extraña manera de pensar el mundo sin desgastes melodramáticos...o su risa, recordaba su risa de Caronte... aún no la había vuelto a escuchar reír así, eso extrañaba...
Tenía miedo, demasiado como para reconocerlo. Luego de Rosario ella era la primera mujer que le despertó sentimientos, que lo hizo sentir vivo nuevamente. Sí por supuesto que tenía miedo de amarla, porque ella era más experimentada en la vida, porque él se sentía frágil frente a su personalidad despampanante, porque... había sido sincero con ella, demasiado y dudaba de las intenciones de Sara. O mejor dicho, dudaba poder conquistarla.
Ya había jugado su última carta, su única carta. Tenía seis meses para conquistarla. Sintió que el estómago se volvía un nudo... era una locura, cómo haría para conquistarla en ese tiempo... Debía estar loco si pensaba que una mujer así caería rendida a sus pies... Ginger era inconquistable! Se sentó en la cama, extrañado de ese pensamiento... Ginger era inconquistable? Ginger... en secreto, para sí mismo, solía llamarla así. Sara era su Ginger... Sara era inconquistable?

-ocupado? –Juan asomó su rostro- Oscar ya llamó. Está en México.
-Lo supuse...
-tu ojo? Morado aún?
-un poco, creo que mañana ya ni se nota –Juan iba a retirarse- Juan, espera... crees que me perdonará?
-En este momento lo dudo –vio su rostro- qué pretendes, lo que hiciste fue una locura!
-lo sé, lo sé... pero lo hice por él.
-estás seguro? Porque si quieres ayudar a alguien... creo que no es el mejor modo.
Franco suspiró: quizás... sólo quizás, también fue un negocio –dice más para sí que para su hermano.
-ves?
-crees que ellos se separen?
-seguramente. Jimena debe estar feliz con esto.
-no lo creo, yo estoy seguro de que ella siente algo por Oscar
- Franco! Despierta, ninguna mujer ama por obligación
-es cierto... además que sé yo de mujeres no? –dice y se encoge de hombros y Juan asiente con un movimiento de cabeza. En definitiva el más experimentado soy yo, piensa para sí Juan.



Cap. 28
La mira ir y venir, silenciosa, preocupada pero no dice nada. Sabe qué pasa, Juan ya se lo ha comentado. En este tiempo en que se han ‘visto’ de pocas cosas han hablado... no han tenido tiempo para comentar demasiado, la verdad tampoco ninguno de los dos lo ha intentado. Pero eso se lo dijo, como al pasar, pero con la clara intención de avisarle, advertirle, quizás en el fondo no fuera tan despreocupado e insensible como parece, o tal vez sólo lo comentase. La observa nuevamente, aún tiene ese gesto adusto, tan propio de ella cuando algo la inquieta. Con un pequeño golpe de codo roza a Sara con el único propósito que distraiga su vista de los papeles hacia Jimena y lo logra. Luego ambas, Norma y Sara se miran cómplices …
-preocupada por algo Jimenita…?-aunque ambas saben, ni ella ni Norma se perderán la oportunidad de escucharla decirlo. Jimena las mira, se acerca, se sienta frente a ellas, no sabe qué decir, mejor dicho no sabe cómo decirlo…
-pasa… Oscar llamó –restriega sus manos nerviosas- parece que los trámites de divorcio están listos, sólo falta firmar…
-eso fue rápido, no tardó más que una semana –Sara mira pensativa antes de volver a los papeles-lo que puede el dinero.
-y la voluntad, porque mira que para conseguir que un abogado haga un divorcio sin poner objeciones…- dijo Norma con clara intención. Sara asintió sin mirarlas.
-supongo que sí, que deseaba desesperadamente terminar con el matrimonio –dijo Jimena en un tono de decepción.
-pues tú debes estar feliz, era lo que querías no? –los ojos oscuros se desviaron de los de Norma para posarse en el escritorio de roble oscuro, sólo movió su cabeza asintiendo.
-cuando firman? –la pregunta de Sara la hizo levantar nuevamente su rostro.
-esta tarde. Creo… parece que volverá a México esta misma noche
-pues la verdad todo salió a pedir de boca no Sara? Jimena divorciada, nosotras tenemos la mayoría de las acciones y sabemos que los Reyes nos devolverán el resto a fin de año… no sé muy bien cómo lograste eso pero…
Sara no quería que Norma volviera a la carga con las preguntas sobre el acuerdo de Franco. El ‘acuerdo’, eso había dicho cuando regresó de los Reyes, que Franco había acordado entregar las tierras pero no los motivos o las condiciones. Decidió centrar la atención en Jimena…
-pues yo también me alegro -dijo interrumpiéndola- ahora tú Jimena serás libre y podrás hacer una vida feliz, incluso puedes buscarte un nuevo marido, como a ti te guste.
-volver a casarme? No Sara, yo no podría volver a casarme…
-Hermana –interviene Norma- eres joven y bella…
-un poco descuidada, es cierto –agrega Sara y Norma la mira intensamente como regañándola- pero bella, encontrarás hombres que se enamoren de ti a montones…
Jimena queda en silencio, no les responde, ni siquiera las mira. Luego de un instante pensativa pregunta: ustedes creen que a Oscar le parezco descuidada?

****

Si estuviese en Inglaterra estaría tomando el té, pensó mientras miraba como las agujas del reloj anunciaban la hora. Siempre divagaba cuando estaba nervioso y ahora lo estaba. Era extraño, no hacía tanto que se conocían, menos que se casaron y en instantes se divorciarían, no era un buen legajo para un ex seminarista, pensó y se rió de sí mismo. La vida se había vuelto absurda. Un golpe seco sobre el hombro lo sacó de sus cavilaciones, sonrió, la única persona capaz de considerar eso como un acto de cariño era a la que más necesitaba en este momento para olvidar lo que le ocurría. Levantó la vista y vio la amplia sonrisa enmarcada en esos rizos cuidados, demasiado para quien se preciase de varonil como él.
-Juan... viniste.
-no iba a dejarte sólo –se sienta en el banco, a su lado, la gente iba y venía en los pasillos del juzgado - además creo que como hermano mayor debo darte mi consejo y la verdad esto que estas haciendo es una tontería...
-Juan –lo mira a los ojos- no me recrimines, tú no sabes y la verdad tampoco estoy de ánimos para contarte.
-sé –ve los ojos interrogantes de Oscar, la ingenuidad de su hermano a veces le da ternura y otras le molesta, aún no sabe qué siente en esta oportunidad, quizás una mezcla de ambas; esta vez él está involucrado en la farsa y no le agrada mentirle a Oscar, suspira- sé lo del acuerdo de Franco, de Jimena, de la pelea... aunque no sé es quien te lo dijo.
Sabías? –ni siquiera se detiene en la última parte, sólo en que sabía y nunca se lo dijo- pero Juan... tú también?! Es que acaso yo soy el imbécil para ustedes! –las personas que pasaban comenzaron a mirarlos, baja un poco el tono- es increíble...
-ok, lo siento sí? No te dije, pero esa mujer te gustaba tanto, morías por ella y la verdad... –se detuvo en silencio, no podía justificarse más, era absurdo- la verdad fui un idiota, un cobarde que jamás se involucra, ni siquiera cuando la gente que le importa sale lastimada. Perdón.
Juan mira a Oscar a los ojos y este sabe que es sincero, de todos modos no es su culpa. Ni siquiera la culpa es completamente de Franco sino de él, por no darse cuenta de que Jimena no lo amaba. Acaso no la oía llorar en secreto en las noches? Acaso ese brillo en sus ojos no le denotaban el enojo, la rabia? Él sabía. Si dejó que el casamiento ocurriese era porque él también había sido un cobarde y no se animaba a enfrentar la verdad. Ni a nadie. Ni así mismo. No se animaba a reconocer que había sido lo suficientemente egoísta como para obligarla a estar a su lado, como para imponerle su presencia, sus besos, su cuerpo. Eso era lo peor que había hecho en su vida, y no había Dios ni cielo que lo perdonaran.
-no te preocupes Juan. Vamos hacia la oficina del juez ya debe estar por llegar el abogado, necesito divorciarme de Jimena lo más rápido posible.
Se levantaron del banco y se dirigieron a la primera puerta frente a ellos. Ella los vio irse, estaban de espaldas y ni se percataron de su presencia. De hecho subía el último escalón que daba a ese piso cuando los escuchó, mejor dicho cuando escuchó las palabras de Oscar, sintió cierta desolación y decepción. Sara se había equivocado, como siempre en su vida, pensó, ese hombre no se divorciaba porque la amara. No, si fuese así hubiese peleado por ella, o algo. Podía que no lo conociera tanto pero no era un cobarde para escapar de ella, si se divorciaba era porque quería. Punto. No había más que decir.

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Author:
abril
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Date Posted: 20:05:05 06/08/07 Fri

Cap 29

-y ambos firmaron?
-sí
-y ninguno dijo nada?
-no
ella lo miró. En otras circunstancias respuestas tan breves significaban otra cosa, que se estaban besando, acariciando, y no había tiempo para palabras. Pero ahora ambos estaban acostados en al cama del motel vestidos, sin tocarse, sin que ninguno intentara nada en la media hora que llevaban allí. Norma lo miró, iba a decir algo con respecto a esa situación pero prefirió no hacerlo explícito, él podía malinterpretarla.
-en qué piensas mujer? –la inquirió Juan, no tanto porque deseara saberlo sino porque el reencuentro con Oscar y la situación del juzgado habían quitado todas sus energías, incluso las sexuales. Sin embargo cuando salió de allí necesitó imperiosamente estar con Norma y la citó en el lugar de siempre, pero al verla supo que su necesidad no era sexual esta vez...
-en que es una pena. Hacían muy linda pareja.
-no porque sean parejos deben seguir casados.
-es cierto, pero si ella lo ama, sí.
Juan se voltea y de costado la mira casi irónico: pero ella no...
-no sé, quizás es su ego dolido –hace un silencio profundo- Pero mi hermana nunca tuvo demasiado orgullo...
Juan vuelve a recostarse sobre su espalda: si fuera así sería una estupidez, jamás encontraría a un hombre como Oscar.

***

Sus fuerzas sólo le permitieron cerrar la puerta principal. Luego se derrumbó sobre ella y lloró. No sabía por qué, o sí. El divorcio estaba a un paso menos que el día anterior y eso la hacía sentir vacía. Vacía por descubrirse en una situación nueva, diferente que jamás supuso transitar, vacía porque esa soledad que la había acompañado toda su vida volvía a hacerse presente. Vacía por las palabras de Oscar, por su desamor.
-Jime... Jimena cariño- Sara al verla dejó su bolso sobre la mesa junto al teléfono y corrió a su lado- que ocurre niña?
-se terminó... todo se terminó –sonrió irónica entre lágrimas- supongo que todos tenían razón... soy incapaz de hacer feliz a alguien.
-Pero Jime que locura es esa... Que lo de Oscar no funcionase no es motivo para decir eso. Además ni siquiera lo amabas... no?
Jimena se enjugó las lágrimas, la miró a los ojos: supongo que no. Pero igual duele.
-Jimena dime, lo amas? Porque si lo amas...
-no... yo no puedo amarlo, no debería...
-Jimena no te pregunto lo que deberías, ni lo que puedes... hablo de lo que sientes! -Jimena se mantuvo en silencio sin responder- ven, vamos al cuarto y hablamos tranquilas...
-no, prefiero estar sola –mira el bolso sobre la mesa, se enjuga una lágrima- tú ibas a salir?
-debo llevar unos papeles a Franco –hizo un gesto que minimizaba la importancia del trámite.
-ve, es mejor tener las cuentas en orden- Se levantó del suelo y con el movimiento silencioso de las personas derrotadas subió las escaleras. Sara la vio de espaldas y se preguntó cuánto de ese dolor era por el fracaso y cuánto por amor. Tomó su bolso, los papeles y salió de allí aún pensando en el dolor de su hermana.
Iba ensimismada, tanto como para no ver que en la entrada Leandro y Olegario hablaban animosamente.
-eres un fantasma mujer! –exclamo Leandro tratando de espantar sus pensamientos.
Sara lo vio sólo en ese instante, sonrió: perdón... problemas.
-Podemos ayudarla señorita?
-lamentablemente no –sonrió, puso los brazos en jarra y frunció el ceño en forma cómica- digo yo Olegario cuantas veces le he dicho que me diga Sara eh? – el se sonrojó y ella y Leandro no pudieron más que reirse.
-pues al menos le he sacado una sonrisa. Estoy satisfecho –dijo Olegario y Sara le dio una palmada en su hombro en agradecimiento.
-bueno muchachos, debo irme...
-Espera. Quería avisarte que ya he comprado un nuevo piso en el centro de la ciudad –Sara se acerca y lo felicita- y el viernes hago una pequeña fiesta de inauguración... quería –Olegario carraspea- bueno queríamos invitarte, aceptas?
-sí por supuesto que iré –los besa a ambos, se da vuelta camina unos pasos y vuelve para mirarlos- les molestaría que invite a Jimena, con lo de su divorcio... sé que ella no sabe lo de ustedes pero me las arreglaré para que no se entere.
-por nosotros no te preocupes Sara –Leandro se acerca un poco y le dice bajo- que si fuera por mí ya lo sabría todo el mundo.
Ella sonrió: gracias. Ahora los dejo, tengo asuntos –muestra la carpeta que lleva en sus manos- pendientes.

***

no recordaba una sola vez en que no llegara a esa casa y Quintina no insistiese en que debía anunciarla. Su terquedad le causaba gracia y le hacía sentir la necesidad de no escucharla. Nuevamente entraba como si no la oyese, sabiendo exactamente que Franco estaba en el despacho, subió hasta allí y un instante antes de entrar sintió cierto escalofrío en su cuerpo. Volvió a pensar en él, nuevamente, como todos los días luego de haberlo escuchado decir que la amaba. La primera vez luego de esa tarde en que debió verlo fue cuando él se presento en la hacienda para revisar los papeles de los nuevos caballos comprados. En aquella ocasión él no dijo nada y no lo hizo en los días siguientes en que debió frecuentar la hacienda y ella simplemente se hizo la desentendida de ello. Acaso luego de semejante propuesta él se echaba atrás? Acaso no le interesaba tanto cómo parecía entonces? Pensó que la buscaría, que la invitaría a salir, algún regalo quizás... sonrió, probablemente él ni siquiera supiera cómo seducirla... ‘pues quizás este sea su modo’, dijo para sí...
-Sara... –Franco abrió la puerta y la encontró allí pensativa, ella le sonrió y él sintió que el mundo se iluminaba ese día- necesitas algo?
-pues... vine por unos papeles sobre los cultivos ecológicos, debes firmarlos antes de que los envíe.
Ella lo miraba seria, como cada vez que le hablaba de negocios. Eso le gustaba, ella era una mujer distinta a cada momento y en cada circunstancia y le encantaba todas las mujeres que Sara era.
-entonces pasa y hablamos –dijo él con un gesto de galantería mientras mantenía la puerta abierta para que ella pasase.
Sara lo hizo rozándolo apenas, intentando con ese gesto alterarlo un poco, se dio vuelta para mirarlo de frente y supo que había logrado su cometido.

Capítulo 30

Esa mujer lo mataba lentamente, eso sentía al verla o cada vez que se acercaba como lo había hecho unos instantes antes. Tenía un efecto en él que no recordaba si antes alguien había tenido...ni siquiera Rosario, por qué pensaba en ella ahora, por qué las comparaba? No debía hacerlo, ninguna lo merecía... tampoco era su intención hacerlo. Intentó disipar ese pensamiento. Caminó un poco hacia ella que extendía su mano con una carpeta.
-aquí tienes..., son los papeles que necesito que firmes –Franco los tomó, pasó a su lado aún turbado y se sentó del otro lado del escritorio mientras con un gesto le pidió hiciera lo mismo. Si esta mujer seguía cerca, perdería la cabeza y toda su estrategia de indiferencia de días anteriores se iría al diablo. Estrategia estúpida pensó, en aquel momento le había parecido una gran idea, si ella huía, si ella temía que él se acercase, acaso no era mejor hacerlo lenta y sutilmente? Había sido una estrategia que le había servido mucho en los negocios, acercarse lentamente a su objetivo sin despertar sospechas de cuál eran sus intenciones. Pero Sara no era una empresa y ella sabía claramente cuáles eran sus intenciones, lo sabía desde el día en que le dijo que la amaba. Aún no sabe cómo fue capaz de decirlo, quizás ella lo encontró con la guardia baja, lo de Oscar había sido un duro golpe y en ese momento se sentía demasiado sólo, necesitaba a alguien. No, la necesitaba a ella que no lo miraba con ojos de jueza.
Él seguía allí sentado mirándola y eso la inquietaba. La carpeta descansaba sobre el escritorio sin ser firmada. Sara necesitaba su firma, necesitaba que lo hiciese en ese instante o no funcionaría...
-no firmas?
-después.
-después de qué?
-de leerlo –ella lo miró seria y él explicó- lo haré esta noche si? Y mañana lo alcanzo.
-lo necesito ahora porque mañana temprano debo llevarlo al correo, la gente de la secretaría pide que lo mande con urgencia.
-pues entonces lo firmo y lo hago mandar yo mismo. Tranquila si?
-por qué no ahora?
-porque prefiero pasar este tiempo hablando contigo y no leyendo esos malditos papeles –dijo él en un tono sereno y firme mientras la miraba seduciéndola. Sara sintió esa seducción recorriéndola por su cuerpo. Aprovechó esa mirada e intentó hacer lo mismo con él, se cruzó de piernas, era un gesto sensual con el cual siempre iniciaba sus estrategias.
-pues... sólo fírmalos –acercó su torso un poco al escritorio, apoyó un codo sobre él y con voz profunda agregó: y luego hacemos lo que quieras.
Franco sonrió: tentadora propuesta, pero nunca firmo un papel sin leerlo antes. Mañas de empresario.
Sara lo miró con el ceño fruncido, volvió a reacomodarse en su silla, él no le ganaría tan fácil: acaso desconfías? –dijo enarcando las cejas- crees que yo sería capaz de... no sé, hacerte firmar algo inconveniente.
Franco se levantó lentamente mientras ella sentada observaba sus movimientos, hipnotizada, hasta que él se puso tras ella, inclinándose un poco, rozando su nuca: sí Sara, te creo muy capaz de eso. Y de mucho más.
Ella intentó levantarse y protestar pero él posando sus manos sobre los hombros la detuvo: no, no, no señorita; no lo intentes más; sé cuando la persona que tengo enfrente me engaña en un negocio –se da vuelta por delante de la silla en que está sentada y se apoya en el escritorio frente a ella- es... un talento natural.
-Talento natural ah? – él asiente- pues... entonces no los firmes.
- podemos dejar de hablar de negocios un momento Sara?
- de qué quieres hablar?
-del acuerdo –ella lo miró inmutable, era la primera vez que mencionaba eso, sabía de qué acuerdo hablaba pero no dejaría hacérselo saber. Al menos se vengaría...
-qué acuerdo? Si es por los caballos...
-no Sara, hablo del otro acuerdo –ella siguió haciéndose la desentendida- de nuestro acuerdo... del que yo puedo... que tú aceptas que yo... te corteje.
Sara rió a carcajadas: cortejar no es una palabra demasiado antigua? -El se sonrojó, ella se levantó quedando muy cerca de él- perdón-dijo aún intentando no reír.
Franco aprovechó para rodearla con sus brazos y atrayéndola hacia él: te burlas de este hombre antiguo –dice mientras acerca sus labios y roza su mejilla.
-un poco... aunq –él la besó, tenía tantas ganas de hacerlo que incluso todas sus estrategias se fueron al diablo en ese instante. La besó suavemente, presionando sus labios sobre los de ella, sintiendo la humedad de su boca, acariciándola.
-eres una mujer... es imposible estar así y no besarte- le susurra suavemente en sus propios labios y ella sonríe- ya sé es una tontería...y de seguro estás cansada de escucharlo –se separó un poco para verla- cuántos hombres te lo han dicho ya?
-algunos... no importan.
-y yo? Importo -Sara no respondió, no sabía qué decir, acaso él era importante? No tenía esa respuesta, él se encogió de hombros- no te preocupes, importaré.
Sara se zafó de sus brazos y caminó hacia el lado opuesto de la habitación: tú crees?
-estoy seguro... deberé trabajar en ello –ella lo miró- pero vale la pena. Sara –se acercó un poco- me gustaría invitarte a salir, este viernes.
-no puedo, estoy invitada a una reunión y no puedo faltar...
-me eludes, sara?
-no, es sólo que ya acepté. Además también va Jime y en el estado en que está creo que le hará bien salir.
Franco escuchó en silencio: ella... acaso no está feliz con su divorcio?
-no lo sé. Supongo que a nadie le gusta separarse tan pronto, no sé.
-Me enteré por Juan que Oscar se hospedó en el Grand Hotel, pensaba hablar con él pero no quiere verme.
Sara se acerca: dale tiempo, quizás más adelante.
-probablemente. Se queda unos días... quizás –ella lo mira pensativa, Franco suspiró- Sara, él la ama y yo creo que tu hermana...- hizo un silencio profundo- no importa
Sara no dijo nada pero vio su tristeza en los ojos, se acercó a acariciar su pelo, de alguna manera esos modos toscos que tenía de querer mejorar la vida ajena le daban ternura, se miraron un instante y sonrieron.
-Y el sábado –inquirió Franco- o tampoco puedes...
-quizás –dijo enigmática. Amaba tener confundido a ese hombre.
-pues paso por ti a las nueve.
-pasa... si lo deseas –lo besó levemente en los labios y se dirigió a la puerta.
-una cosa más –ella lo mira desde la salida de la habitación- qué cosa querías que firmara?
-lo dije, el contrato por los cultivos ecológicos –él la mira cruzándose de brazos, descreído- ok, ok... es el contrato pero los porcentajes de beneficio... bueno no a 50 y 50 como los acordamos
- ¿cuánto?
- 70 para nosotros, 30 para ti –él la mira con reproche- ya sé... mañana mando los correctos si? - Sara le tira un beso con la mano y sale de allí.
-estafadora, susurró Franco con una sonrisa en los labios.

Cap. 31

-ni sueñes que yo vaya con eso.
-eso, como dices es un vestido Jimena y muy hermoso por cierto –aseveró Gabriela.
-no te metas mamá- protestó mientras seguía viendo el rojo vestido que Sara pretendía que usase en la reunión de Leandro.
-Jime... el otro día dijiste que te veías descuidada, con este vestido te verás mejor, te lo aseguro.
-me veré... desnuda!, con ese escote qué no se ve Sara?! Además yo no dije que estaba descuidada dije... – meneó la cabeza- no importa lo que dije –se cruzó de brazos.
-pues es una pena, porque el vestido es muy lindo y no irías desnuda, sólo... con menos ropa que lo habitual...
-sí –afirmó Gabriela tratando de apoyar las palabras de Norma- además los amigos de Leandro son todos gays... o casi todos, ni mirarán que muestras.
-sólo... pruébatelo si?
Jimena miraba el vestido, era hermoso y seguro le quedaba bien a su hermana, pero ella no se sentiría cómoda vestida así, pero lo tomó y se metió en el baño mientras escuchaba los grititos de sus hermanas y madres al verla ceder.
Ese color le sentaba bien, pero definitivamente dejaba demasiado al descubierto, sus pechos parecían querer escaparse por el escote que llegaba casi hasta el ombligo. Se dio vuelta mirándose en el espejo, vio su espalda al descubierto y su trasero insinuándose tras la tela, sus piernas largas se sugerían por las aberturas que a cada costado dejaba ver hasta sus muslos. Pensó en Oscar, en qué diría si la viese con ese vestido, le gustaría? Seguramente no pensaría que era desaliñada si la viese así... aunque nunca le había dicho nada de su aspecto... por qué diablos Oscar no la había mirado con pasión o lujuria? Por qué rayos no había en él una pizca de fuego... por qué rayos pensaba en él ahora. Era casi una mujer libre... miró su mano donde mantenía aún su anillo de casada, por alguna razón aún no se lo quitaba, quizás porque sentía que la protegía, como un amuleto...
-Y jime? –escuchó a su hermana tras la puerta –qué decides?
-salgo en un momento, Sara.
Volvió a mirarse en el espejo y se sintió bella, lo suficiente para despertar la mirada de cualquier hombre...
-cualquier hombre, susurró.
Al diablo, dijo para sí, se maquilló un poco, peinó su cabello que llevaba suelto y abrió la puerta, su familia la miró boquiabierta: mamá, me prestas tu mantón?
-lo que quieras hija... estas divina!

***

-aún no entiendo por qué Olegario vino con nosotros? –susurró.
-ya te expliqué –insistió Sara mientras cerraba la puerta del ascensor y veía cómo Olegario se adelantaba para tocar timbre.
-que tú tomarás y no quieres manejar borracha, pero yo podía hacerlo Sara y no molestar a ese pobre hombre.
-no lo molestamos y además sé que no te gusta manejar de noche y te entiendo. Jime, olvida eso sí?–dice mientras caminan hacia la puerta que ya abierta dejaba paso al nuevo departamento de Leandro- es hora de divertirnos...
Al entrar Jimena reconoció a algunas personas, pocas porque la verdad no conocía a los amigos de Leandro o Sara, vio cómo algunas de ellas la miraban extrañada, definitivamente el vestido rojo de Sara había causado una buena impresión, dijo para sí complacida.
-Mujer estás bellísima!- exclama Leandro al tiempo que la abraza y besa, la suelta para verla –mírate... increíble –busca con la mirada a Sara-... obra tuya no? Imagino –se responde a sí mismo- divina, única... sabes? He invitado a uno que otro muchacho hetero que de seguro volverías loquito... pero no te ruborices mujer, mézclate, mézclate.
Leandro arrastraba a Jimena entre sus invitados, presentándola, más atrás había quedado Sara quien aprisiona el brazo de Olegario para retenerlo y preguntarle: sabe si Leandro se encargó de la invitación que le pedí?
-si... me dijo que le costó lograr que le prometiese venir pero lo consiguió, Leo es muy convincente...
Sara lo miró: Leo? –Olegario se ruborizó y Sara sonrió- pues... espero que él cumpla sus promesas.

***

Una copa?
-por favor!! –Jimena no bebía mucho, pero en ese entonces necesitaba una copa de vino. Demasiada gente, demasiadas personas desconocidas y demasiados hombres mirando su escote, eso definitivamente la incomodaba y aunque el mantón de su madre cubría un poco aquello que el ceñido vestido dejaba al azar, no lograba sentirse a gusto. Vio como Leandro se alejaba un poco para alcanzarle una copa de vino blanco que amablemente agradeció, vio luego cómo era llamado por un grupo de personas hacia las cuales se dirigió dejándola allí en el medio de la sala, sola. Caminó hacia uno de los ventanales en el extremo izquierdo de la habitación, intentando pasar desapercibida. Desde allí vio a su hermana flirtear con un par de jóvenes y ser el centro de atención de otros tantos, le parecía extraño cómo ambas siendo hermanas fueran tan diferentes. Miró por el ventanal mientras tomaba un sorbo de su copa y escuchaba el tintineo de brindis ajenos, de risas que le llegaban como murmullo. Qué hacía allí? Por qué había aceptado ante la insistencia de su hermana, por qué estaba vestida así... era verdad que cierta vanidad se apoderó de ella al ver reflejada una imagen distinta. Era la primera vez en mucho tiempo en que se sentía una mujer y aunque le gustase, tenía miedo. Por mucho tiempo había sido sólo la nieta de Don Martín Acevedo, su sombra, su mano derecha... por mucho tiempo había sido lo que habían decidido que ella fuera. Pero ahora las cosas parecían haber cambiado, ahora ella estaba sola y no sabía cuál era su lugar en el mundo. Miró a través del ventanal la ciudad fría e iluminada por los pequeños destellos de luces, qué diferente era el mundo desde ese ventanal! Acercó un poco su rostro al vidrio y exhaló sobre él dejando una nube de aliento y como cuando niña dibujó con el dedo índice un corazón con su nombre. Pensó que alguien podía verla, se sintió tonta por ese acto y con la mano lo borró rápidamente. Instintivamente se dio vuelta para ver si alguien la observaba. Y lo vio; sus ojos verdes la miraban con ternura o tristeza, no supo en ese momento discernirlo.

Cap. 32

-Oscar... tú aquí!?
-Leandro... lo encontré en un evento en el hotel y... me invitó –dijo con la voz un tanto entrecortada.
-hotel!? No sabía que tú... creí que estabas en méxico...
-no convenía. Mi abogado dijo que mejor esperara que en unos días estará el divorcio –apenas lo dijo se arrepintió de sus palabras. Hablar del divorcio con Jimena era traer nuevamente las realidad a ese instante y ese instante era demasiado mágico como para destruirlo. Jimena, bella, extremadamente bella, más de cuanto al recordaba escribiendo en la ventana, como en las noches solía verla hacerlo en la habitación. Era una actitud inconsciente en ella que él adoraba presenciar. Quizás porque en esos instantes sentía que Jimena era Jimena, y no una actitud pretendida.
-es razonable –dijo amargamente. La actitud de Oscar, su mirada casi inexpresiva, su silencio ante el vestido, el maquillaje, ante ella y su cambio la desconcertaron. Es que acaso esperaba algo de él? Una señal de que no era ignorada, indiferente?
-viniste sola? - aunque odiaba tener que hacer esa pregunta, necesitaba la respuesta. Por qué rayos ella iba vestida así a un evento de un amigo? Iba acompañada o pretendía conquistar a alguien?
-no. Con Sara –Oscar respiró aliviado. Se quedaron un instante mirándose, sin decir nada, sin saber qué decir. Ella giró un poco ante el saludo casual de alguien que la entretuvo un instante mientras Oscar aprovechaba para ver cómo el cabello suelto de Jimena se esparcía por sus hombros y parte de sus senos casi al descubierto; observó como ella intentaba constantemente arreglar su chal.
Ella volteó nuevamente hacia él y sonrió, Oscar seguía aún allí. Pudo observarlo detenidamente y supo que estaba un poco más delgado, aunque impecablemente pulcro como siempre. Había algo en él distinto, quizás su mirada, quizás...
-te cortaste el cabello –en un acto instintivo Jimena estiró su mano hacia la cabeza de Oscar para con comprobarlo pero se arrepintió a último momento, quedando su mano suspendida por unos segundos antes de dejarla caer.
-sí –respondió él quedo.
En ese momento Leandro salvó la situación al llegar exclamativamente a saludar a Oscar y ofrecerle algo de beber. Él aceptó complacido alejándose de Jimena sin intenciones de volver a su lado.
Sara los observaba de lejos. Si Franco tiene razón, se dijo, quizás este par termine junto. Franco, nuevamente venía ese hombre a su mente. No importaba estar rodeada de hombres que la admirasen, que la deseasen, Franco se escondía en su cuerpo, en su mente para surgir en momentos como ese. Odiaba sentir que él tenía tanto poder sobre ella, odiaba que supiera cuáles eran sus estrategias, odiaba sentirse descubierta, y eso hacía él, descubrirla constantemente, de diferentes modos la desnudaba provocando su temor.
-que piensas hermosa? –Sara vio los ojos oscuros de su interlocutor, Fabrizio, un morocho espectacular que era uno de los nuevos modelos contratados por Leandro. No era muy interesante y parecía tener un conocimiento limitado de vocablos, pensó Sara, sin embargo en otros momentos eso no le hubiese preocupado, se dijo a sí misma y sonrió seductoramente a ese hombre.


***

-sales? –la vestimenta y el perfume hablaban por él, pensó Franco.
-sí.
-solo? –Juan lo mira haciendo caras- con una mujer.
- por supuesto. Es viernes a la noche y no pienso quedarme aquí encerrado como tú –iba hacia la puerta, se gira- sabes? Creí que algo habías cambiado en este tiempo. Que estabas distinto... pero tú no cambias hermano.
-por qué lo dices?
-por esto, estás aquí encerrado. Siempre trabajando, siempre... pergeñando algo... Oscar, por ejemplo, lo que hiciste con él, acaso no te da vergüenza? Y encima no has hablado con él, como si no te importase, como si no hubieses hecho nada! –la furia de Juan tantas veces callada explotó.
-sé muy bien lo que hice, Juan! –se levantó del sillón- no creas que no lo sé.
-y por qué rayos no haces nada. Oscar es tu hermano, no un negocio, no una de tus malditas empresas que manejas a tu antojo –Franco no lo miró, se mantuvo en silencio. Juan sonrió- quizás si cambiaste, eres mucho más desagradable que antes!
Juan se marchó dejándolo solo. Juan tendría razón? Manejaba él la gente a su antojo? Había manejado a Oscar y Jimena sólo por tener la hacienda Elizondo?, había mantenido la hacienda Elizondo sólo para tener a Sara? Era cierto que había utilizado estrategias toda su vida, que había planificado cada paso, pero desde que decidió ir a esa hacienda, empezar allí nuevamente tenía la sensación de que su vida había cambiado, de que él no era el mismo. Acaso eso era sólo una ficción?
[> Subject: Re: Ginger y Fred - cap. 26 a 34


Author:
abril
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Date Posted: 20:06:04 06/08/07 Fri


cap.33

Esa habitación llena de gente la ahogaba, necesitaba aire, necesitaba espacio y agua, tenía mucha sed. Se dirigió a la cocina, dejó el mantón de su madre en una silla, tomó un vaso, se dirigió al grifo y luego de llenarlo sació su sed. Se apoyó en la mesada mientras tomaba aire. Él estaba allí, él la había visto y ni siquiera había tenido un comentario sobre su cambio. Habían hablado como... como dos extraños que hablan, él se había ido a conversar con cualquiera sin siquiera voltearse a verla. Jimena sintió que la copa de vino le había jugado una mala pasada, que el calor subía por su cuerpo, que el enojo la embargaba.
La puerta se abrió y cerró de golpe. Nuevamente él, pero ahora no se había percatado de su presencia, estaba apoyado en la puerta mirando el piso, acaso él también sentía ese ahogo? Cuando muy lentamente levantó la vista logró verla inmóvil, silenciosa...
-no sabía que estabas aquí... vine –muestra su copa, camina hacia el refrigerador, abre la puerta- Leandro dijo que había más vino aquí.
-tú nunca bebes... –dijo Jimena.
-ni tú – sacando una botella.
-es cierto, no me cae bien...
-te sientes mal?
-un poco, es la falta de costumbre... –sonrió- ya pasa.
-bien –dijo él intentando salir de allí.
-Oscar? –el se detuvo y la miró- nosotros nunca hablamos... digo... de nuestra separación. De lo que ocurrió, yo... necesito que hablemos sabes? -Oscar dejó la botella sobre la mesa y desde el lugar que estaba, lo más lejos posible de ella se mantuvo en silencio escuchándola. No oía sus palabras sólo observaba lo bella que estaba esa noche. Aún cuando en toda la noche se había obligado a no verla, su presencia latente provocaba a su cuerpo, a su corazón, a sus deseos... ese cuerpo escultural, sus senos insinuantes, bajó la mirada, no podía estar pensando en eso ahora, no debía-... no crees?
-supongo que sí, pero no sé que debería decir...
el silencio embargó la cocina. Jimena sonrió, se acercó un poco: tú ...estás bien?
-cómo puede estar cualquier persona luego de un fracaso matrimonial–eso eran, un fracaso, pensó Jimena, eso sentía él – y tú... como estás?
Jimena se encogió de hombros, qué podía decirle: volviendo a mi vida, supongo –mintió. Se acercó un poco más- Oscar? –él se dio vuelta, no podía enfrentarla- perdóname, si? Por no haber sabido... por no intentar conocerte, yo te eché la culpa de todas mis desgracias y...
-por favor Jimena, no digas nada –se sentía incómodo.
-debo...
-no... –se alejó un poco, demasiada cercanía traicionaba a su cuerpo y aunque intentara no iba a poder mantener su compostura si ella insistía.
-Oscar por favor yo necesito...
-basta Jimena! –volteó y la miró a los ojos- no es necesario.
Ella se acercó nuevamente balbuceando palabras que él no llegaba a escuchar, su escote invadía todos sus sentidos. Bajó su vista y balbuceó lo único que pudo: podrías cubrirte por Dios?!
Jimena lo miró desconcertada y no supo que hacer, sólo atinó a volver sobre sus pasos, tomar el chal y ubicarlo sobre sus hombros. Era eso, se dijo, a él le molestaba tanta insinuación, cómo no iba a ser así si había sido seminarista, casi un sacerdote! Se avergonzó de si misma y unas lágrimas invadieron su rostro.
-lo siento, yo... lo siento Jimena –se acercó un poco como disculpándose, ella retrocedió dos pasos, sin mirarlo, Oscar caminó hacia la puerta, ya antes de salir murmuró: lo siento, es que... no puedo verte así y no sentir deseos de hacerte el amor, aquí mismo, sin importarme quien demonios está allá afuera!
-Oscar?!
-perdóname, Jimena, perdóname...
-Oscar...
La voz de Jimena se había transformado lentamente, pensó Oscar, si antes lo había nombrado casi con tono que le era incomprensible ahora parecía hacerlo seductoramente. Pensó que sus oídos lo engañaban pero aún así se volteó a verla. Jimena vio en sus ojos cierta frustración y duda, le sonrió suavemente. Oscar vio esa sonrisa, vio esos ojos que lo hipnotizaban, Jimena dejaba caer el mantón al suelo, mientras daba un paso adelante. Sintió que cada uno de esos actos era un llamado de ella, en pocos pasos atravesó la habitación acercándose, casi corriendo, se avalanzó sobre ella besándola, haciendo que caminase hacia atrás para terminar apoyada en la mesada de la cocina. Si había hecho tantas cosas mal en su vida, si había cometido tantos errores, interpretar mal una señal de ella y besarla sería una más de la larga lista de equivocaciones, pensó Oscar. Pero los labios de ella no eran inmóviles, ni fríos, sino cálidos y ávidos, luego de cientos de besos sentía que esos labios nacían bajo los suyos por primera vez. Intentó separarse un poco desconcertado.
-Jimena –susurró... –yo...- no entendía nada. Las señales, esos labios de ella, acaso significaban algo? Ella tomó su rostro entre las manos y lo miró sonriente, casi pícara y lo besó nuevamente, haciendo que Oscar olvidara sus preguntas. Con una de sus piernas lo rodeó acercándolo más a ella, haciendo que sus cuerpos quedaran casi unidos. Eso excitó a ambos al punto de olvidar dónde estaban. Oscar rodeó a Jimena con sus brazos mientras la besaba apasionadamente, mientras su respiración se acrecentaba, ella le quitó su chaqueta y comenzó a desabotonar la camisa entre los resquicios que encontró entre ambos cuerpos, besó su cuello. Oscar recorrió con una de sus manos la espalda desnuda de Jimena, subió hasta su cuello y desató los breteles que tras la nuca sostenían ese vestido en su lugar, dejando el torso descubierto, acariciando ahora la piel expuesta...
-dios mío!!! Que es esto? Muchachos! -Leandro comenzó a hacerse aspavientos con la mano derecha mientras miraba el espectáculo que ambos daban. Esa voz los trajo a ambos a la realidad. Oscar volteó su rostro para verlo
-Perdón, nosotros... –no supo que decir, intentó con su cuerpo cubrir a Jimena, mientras ella intentaba acomodar nuevamente ese vestido que parecía ahora negarse a cubrirla.
-te ayudo amor –dijo Oscar, tratando de enlazar el vestido tras la nuca. Ella sonrió, ambos estaban enrojecidos de vergüenza y deseo.
-Leo, hay cham... –Olegario entró y vio a Leandro ruborizado, luego a quienes lo ruborizaban –yo... ehhh... venía –se dio vuelta quedando de espaldas a la pareja.
-muchachos hay...? -Sara que venía tras Olegario vio el final del espectáculo de su hermana y cuñado, mientras Jimena bajaba de la mesada y oscar se acomodaba la camisa, imaginó lo ocurrido. Comenzó a reir – lo siento yo... nada, me voy –se dio vuelta, iba a retirarse, volteó nuevamente miró a Olegario y Leandro dándoles a entender con un guiño que debían retirarse. Mira luego a la pareja- Y ustedes... búsquense una cama... o una cocina desocupada.

Cap. 34

Colgó el teléfono y se dirigió a desayunar. Sonreía con picardía, complacido. Se sentía en ese momento como cada vez que ganaba un negocio, que hacía un buen acuerdo. Aunque no fuera muy bueno en esos temas, no se había equivocado.
-y ahora qué tienes? –Juan lo miraba extrañado. Su hermano estaba demasiado feliz como para no notarlo.
-buenas noticias... Parece que Oscar se queda en la región –Juan seguía interrogándolo con la mirada- pues... parece que él y Jimena volvieron.
-hiciste algo que?! Mira que si lo hiciste de nuevo esta vez yo no pienso ser tu cómplice.
-tranquilo, yo no hice nada –Juan desconfiaba y Franco lo notó- es cierto. Parece que se encontraron anoche en un fiesta y no sé bien qué pasó pero según dicen se fueron muy juntos –Juan lo miraba en silencio- pregúntale a sarita si quieres, ella estuvo allí, ella me lo contó!
-sarita eh? –Juan se cruzó de brazos- esa es otra historia que algún día me tendrás que contar hermanito... porque ahí hay gato encerrado.
Franco lo miró y mintió: no digas pavadas –Franco tomó un poco de café- y apúrate con tu desayuno, tenemos mucho trabajo y quiero terminar temprano.
No podía decir qué había entre él y Sara, simplemente porque no sabía qué diablos había entre ellos. Sabía bien qué sentía él, pero ella, ella se negaba a reconocer que él le interesaba.
***

Ronroneó y se movió un poco, él besaba su hombro.
-quieres seguir durmiendo... –ella asintió con un movimiento de cabeza- está bien... por ahora.
Oscar pasó sus manos rodeándola, acariciando su cuerpo desnudo. Jimena se acurrucó un poco más sobre su pecho. Pensó en lo ocurrido esa noche, en el intenso encuentro con su marido, aunque él tenía ciertos pudores aún –y ella también, debía admitirlo- su encuentro había sido pasional, ardiente, la había acariciado como antes no lo hacía, con menos delicadeza y agradecía eso. Ahora acariciaba sus muslos casi masajeándolos, aprisionando bajo sus manos la piel.
-Oscar...?! –levantó su vista a verlo.
-qué?, me gusta acariciarte, eres mi mujer...
ella apoyó su codo sobre la cama incorporándose un poco: y se puede saber por que antes no lo hacías?
-pues, temía que te enojaras. Jimena, tú te casabas con un ex seminarista, puede que no sea muy experimentado, y de hecho no lo soy, pero sé cómo tocar a una mujer... temía que si hacía algo así –acarició su seno haciéndola gemir- pensaras que era un pervertido o algo –ella sonrió- además... tú y yo desde que nos casamos no tuvimos lo que se dice, intimidad. Es decir, hubo pero... yo sentía que había algo, un muro entre ambos... que no podía trasponer -él hizo silencio- Yo debí preguntarte Jimena, yo no debí permitir que te entregaras así, sin quererlo... yo debí saber qué ocurría, pero temía a al verdad...
Ella lo besó en los labios, callándolo. Él suspiró quedo mientras ella comenzaba a hora a acariciarlo, a besarlo.
-Jimena yo necesito decirte. Cuando oí a Franco decirle a Sara que había obligado este compromiso –el rostro de Jimena daba a entender que ella no sabía de qué hablaba- ese día en que te entregué los papeles, los escuché hablar en la habitación de Franco, ellos... –recordó la situación d aquella mañana- bueno no importan ellos, lo cierto es que mi hermano dijo que él arregló todo con tu abuelo, yo me sentí avergonzado por lo que él hizo, pero más por lo que yo te hice, Jimena yo...
-Basta Oscar, basta de atormentarte si? –lo besó, el intentó refunfuñar un poco, pero ella no lo dejó- shhh... mejor hagamos el amor de nuevo.

***
los destellos de las estrellas lo detuvieron un instante al bajar de su auto. Si había algo que lo había impactado desde el primer día era ese cielo límpido y abrillantado, algo que en plena ciudad era difícil divisar. Se acomodó el saco sport y se dirigió a la puerta principal donde ya lo esperada la joven empleada de la casa.
-Buenas noches, Dominga, está la señorita Sara.
Ella le sonrió como siempre, con cortesía pero con vestigios de desagrado. Ese hombre era muy guapo, como decía doña Gabriela, pero muy malvado para tratar de quitarles todo y dejarla a ella sin trabajo, se decía para sí.
-está en la sala, ocupada – él inició su marcha hacia el interior de la casa. A sus espaldas Dominga sonrió con picardía, si ese hombre pretendía enamorar a la señorita como ella suponía intentaba hacerlo, pues parecía que le iba a quedar muy difícil.
-ocupada? Pues ella y yo quedamos... –no terminó la frase porque la vio allí sentada muy cerca de un hombre que desde lejos pudo apreciar como atractivo. Ambos reían sin percatarse de su presencia –perdón, discúlpenme...
Eso alertó a ambos que dirigieron su mirada hacia Franco. Sara sonreía complacida, como encantada de esa situación, se levantó lentamente, se acercó a Franco y le dio un beso en la mejilla.
-no te esperaba –mintió-te presento a... un amigo, Fabricio, él es Franco Reyes, el socio en el tema de la hacienda.
Fabricio se levantó dejando en evidencia no sólo su estatura imponente sino también su contextura, se acercó y estrechó la mano de Franco. Definitivamente de cerca era más evidente su belleza masculina, cara angulosa, marcada, ojos oscuros sobre piel cetrina y cabello renegrido, eso junto a su porte de seductor alertaron el temor de Franco, aunque intentó disimularlo con su mejor sonrisa.
El cuadro que los tres representaban en ese instante se definía en un sinfín de miradas, de gestos, que rompió una exclamativa voz.
-pero dios acaso he muerto y estoy ya en el paraíso? – dijo Gabriela mientras bajaba las escaleras. Todos la miraron- pues este par no pueden ser más que ángeles...
-mamá!
-lo siento –se acerca a Franco, lo besa, luego a Fabricio- es que tantos hombres bellos no dejan pensar a mi única neurona...
-Gabriela! –exclamó Don David mientras arrastraba su silla- eres una mujer grande...
-y tú un viejo cascarrabias –dijo sin siquiera mirarlo. Volvió su vista a Franco y le sonrió- a qué debemos su visita?
-venía en busca de algo... –miró a Sara- pero como su hija está ocupada creo que debería venir en otro momento.
-ni más faltaba! Se queda a cenar con nosotros.
-no la verdad...
Gabriela no lo oyó: Dominga! Un plato más, Franco se queda con nosotros esta noche –vuelve a mirarlo- desea tomar algo?
Franco aceptó una copa de coñac mientras observaba a Sara. No estaba seguro que significaba la mirada que le dirigía en ese instantes, sólo intuía algo. La presencia de ese hombre no era casual, acaso ella lo había traído con la intención de darle celos? Sonrió, no sabía mucho de estrategias amorosas, pero tampoco pensaba darle por ganada esa partida a ella.


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