Subject: Ginger y Fred - cap. 26 a 34 |
Author: abril
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Date Posted: 20:02:45 06/08/07 Fri
Capítulo 26
-vuelve a explicarlo hija... aún no entiendo –Gabriela se ajustó un poco la bata y miró el reloj de pie, eran casi las tres de la madrugada y ellos reunidos allí. La llegada imprevista de Jimena los había despertado.
-ni yo mamá... pero es como expliqué -insistió Jimena.
-pues lo explicas de nuevo –inquirió Don Martín atizando el fuego de la chimenea. Norma le acerca a cada uno un poco más de té, la noche sería larga...
-cuando regresé a la casa, Oscar estaba en la habitación y preparaba las maletas y dijo que se iba, que no podía vivir más en esa casa, me entregó este sobre y antes de irse me dijo que ya inició los trámites de divorcio... sin más ni más –Jimena miraba un punto fijo desconcertada, no entendía qué había ocurrido- que era libre para volver a casa... –sollozó, aunque la idea del divorcio era un alivio, no entendía lo ocurrido.
Sara deja sobre la mesa los papeles que le había entregado Jimena: pues estos son los convenios que los Reyes firmaron con el abuelo y según dice una parte, la que correspondería a Oscar ya estaría cancelada– todos se miran extrañados.
-no lo entiendo –Norma miró a Sara- si él obligó a Jimena a casarse por esos papeles...¿por qué el divorcio y esto?
-quizás se cansó de mí, quizás...lo aburrí –Jimena se sentía abatida, Oscar no le había explicado nada, sólo se había ido.
-Oscar se enteró...-susurró Sara pensativa, todos la miraron interrogándola, ella salió de sus pensamientos- no fue Oscar quien exigió que Jimena se casase con él, fue Franco.
-por qué?
-según él porque supo que su hermano te amaba-miró a Jimena- y que nunca se animaría a declararse...
-Franco? No entiendo...- Gabriela la miró- y tú como sabes?
-hablé con él hoy –recordó su encuentro- y me lo dijo... quizás quiso blanquear la situación con su hermano y conociendo a Oscar se tragó su orgullo y amor y pidió el divorcio...
-por mí...-dijo quedo Jimena.
-sí hermana, ese hombre te ama, tanto como para renunciar a ti.
-bueno, será mejor que no nos desvelemos más, mañana las cosas estarán mas claras –aseveró Gabriela y todos asintieron.
***
El desayuno fue silencioso. Cada uno cavilaba en sus pensamientos sin animarse a preguntar por los ajenos. Sara terminó su tasa de café y comenzó a levantarse, su abuelo la miraba sin preguntar...
-voy de los Reyes –el resto la miró- quiero saber qué pasó realmente. Además necesito saber cómo serán las cosas de ahora en más, con la parte de Oscar tenemos la mayoría de la hacienda, pero aún queda en manos de Franco y Juan una parte considerable.
Todos la miraron pero nadie dijo nada, quizás fuera mejor que las cosas se arreglasen de una vez. Sara tomó las llaves de la camioneta y condujo hasta la hacienda vecina. Muchos pensamientos se agolparon en su mente, como cada vez que debía ir allí. Era un sentimiento encontrado, el deseo de verlo, de sentirlo aunque sólo fuera a hablar de negocios y la necesidad de alejarse. No porque fuera el hombre que ‘atacaba’ a su familia o no entendiese sus razones empresariales, sino simplemente porque era el hombre que había conocido a Ginger, a ese otro costado de su ser que quizás nunca mostró antes. Había estado con muchos hombres, era cierto; y con todos había sido sincera, sin embargo con él algo de ella había cambiado, no sabía exactamente qué, sólo una especie de certidumbre que duró mucho más que ese viaje y que sólo ahora comprendía tenía que ver con aquel hombre. Eso le provocaba temor.
Expiró fuertemente, intentando alejar tantos sentimientos, miró por la ventanilla a Juan haciendo las galas de jinete quien, para no ser un experto, realmente dominaba a la bestia. Habiendo crecido en una hacienda era perfectamente capaz de reconocer las cualidades naturales en ese hombre. Dirigió su vista al pequeño camino que daba a la casa principal, majestuosa como pocas en la región, lo había notado la primera ocasión que visitó allí a Jimena. Detuvo la camioneta justo frente a la puerta principal, Quintina barría con esmero la entrada cuando levanta su rostro y la ve.
-Buenos días, busco al señor Reyes, Franco Reyes.
-está en su despacho… le aviso.
-no es necesario yo me anuncio –dijo Sara sin detenerse a recibir respuesta. Quintina la mira entre sorprendida y enojada. Esa muchacha tenía un modo muy particular… no le gustaría a doña Eva conocerla, pensó.
Sara subió la escalera, sabía de sobra el camino a la biblioteca, entró allí sin pedir permiso, como siempre que iba a esa casa. Franco estaba recostado en el sillón tomando con su mano izquierda un bife que se llevaba al ojo.
-Franco… -vio en su rostro una mancha violácea y supo que había sido Oscar. Se acercó, se sentó a su lado, acarició su mejilla un tanto enrojecida y meneó su cabeza- le dijiste…
-para ser sincero no sé como lo supo… creí que habías sido tú –ella movió su cabeza en gesto de negativa- pues no importa mucho.. sólo lo sabe.
-pelearon…
-en realidad no, sólo me golpeó y se fue.
-lo comprendo, creo que en su lugar haría lo mismo.
-quería que fuese feliz.
-pero no puedes obligarlo…no entiendo como pudiste pensar que era una buena idea.
-quien sabe… sé poco del tema… lo olvidas? –ella sonrió.
-pensé que te había ayudado a cambiar.
-sí… pero parece que soy bueno sólo cuando estás cerca –se acercó y rozó sus labios- creo que te necesito a mi lado…-Sara dio un respingo en su lugar, no esperaba esa frase de su parte. Él sonrió, dejó el bife sobre el plato y se incorporó un poco intentando que sus rostros quedaran de frente- te molesta que te lo diga?
-no, claro que no –le sonrió- estoy acostumbrada a que los hombres me necesiten –intentó disimular sus nervios, por qué estas palabras la perturbaban?
-es cierto, lo había olvidado, la mujer fatal, la que todos lo hombres aman...
El silencio de ese instante se hacía eterno para ella y decidió cambiar de conversación: dime, qué sabes de Oscar?
-nada, pero supongo que viajó a México, es demasiado previsible…
-sabes que dejó unos papeles a Jimena, es su parte del contrato de la hacienda…
-supuse que se lo entregaría. Quiso que yo firmara mi parte para cedérselas.
-no lo hiciste.
-no – el silencio volvió a hacerse presente- no me preguntas por qué?
-tendrás tus razones…
-las tengo… muy importantes –ella lo miró seriamente- tú.
-yo? -Dijo en tono perplejo.
-sí, tú. Recuerdas que te conté que tu abuelo me dijo que Jimena se separaría cuando la hacienda volviera a sus manos? –ella asintió- pues también me dijo que te irías si eso pasaba –Sara sólo lo miraba en silencio- y no quiero que te vayas. Te quiero aquí, conmigo.
-me iré de todos modos Franco, algún día...
-algún día. Pero no ahora -acercó su rostro al de ella suavemente y la besó, rozando sus labios primero, introduciendo su lengua lentamente, buscando en ella un refugio. Por unos instantes quedaron unidos en ese beso, las manos de ella, sin embargo no se habían movido de su lugar, no lo abrazaban.
-Te amo, Sara -susurró.
-yo no –dijo aún agitada.
-mientes, te conozco.
-eso crees? –ella se levantó intentando alejarse de Franco, de su cuerpo, de su piel.
-sí, mientes. Puede que me digas que yo en realidad no sé nada, que te conocí en circunstancias en que no eras tú pero yo sé la verdad…-ella lo espetó con su mirada- tú eres Ginger, siempre lo fuiste, pero nadie, ningún hombre lo descubrió, sólo yo –hizo un silencio para dar más énfasis a sus próximas palabras-. El problema es que… hubieses esperado que quien te descubriese fuera otro hombre, otro Fred, alguien más acorde con tu estilo de vida, con tus ideales. Creo que odias haberte enamorado de mí y por eso lo niegas.
Sara largó una carcajada: qué petulante… exactamente como cuando te conocí. Lamento decepcionarte pero realmente no me importas… y devuelvas o no la hacienda indefectiblemente me iré de aquí, Franco –las palabras de Sara pesaron más de lo que ella hubiese deseado, se mantenían en el aire enrareciéndolo.
-hagamos un trato-dijo Franco intentando no mostrar su decepción- te pido seis meses –ella arqueó una ceja- seis meses para enamorarte suceda lo que suceda, cuando termine el año la hacienda vuelve a tu familia. Estés a mi lado o no.
-estás loco.
-probablemente… aceptas?
-pues… no pierdo nada.
-no.
-acepto –se acercó a él que se levantaba para tender su mano, ella lo tomó en señal de ‘cierre de trato’. Franco aprovechó para jalonarla hacia sí, quedando sus cuerpos pegados.
Acercó sus labios al oído de Sara y recordando una vieja charla le susurró: Juega todas tus cartas, yo jugaré las mías.
Ella sonríe y susurra del mismo modo en que él lo ha hecho antes: No olvides que este es mi terreno.
Cap. 27
-usted qué piensa de este negocio Olegario?
-pues la verdad señorita yo de cultivos ecológicos no sé mucho... Pero si la lluvia no escasea creo que este negocio puede ser muy productivo.
-pienso lo mismo –dijo Sara mientras miraba los terrenos recién arados. La verdad sabía menos que nada del tema y había tenido que dedicarse mucho en esos días a este nuevo proyecto. Claro que también estaba Franco que aún cuando tampoco se dedicaba a ello había conseguido los mejores asesores. Luego de aquella tarde en que él le declaró su amor volvió a verlo sólo un par de veces y en esas veces no había intentado nada, ni besarla, ni conquistarla como le había prometido, sólo hablaban de este proyecto. Sara había tomado la idea de un amigo de su madre de invertir en la producción ecológica pues sabía que tenía un doble beneficio, ayudaba al medioambiente y si lograba el reconocimiento de la secretaría de agricultura también sería un negocio rentable. Franco la estaba ayudando con eso y para ella era un gran alivio tenerlo cerca en esos asuntos. Aunque su presencia también la inquietaba...
No podía entender cómo todo había pasado tan rápido, hacía tres semanas él le había propuesto devolverle todo y ella se había negado; menos de una en que irrumpió en su cuarto enojada por lo del banco y que terminó con ambos en la cama y sólo cuatro días desde que aceptó que él intentara conquistarla. Sonrió, en ese instante le había parecido que él estaba loco, rechazaba los beneficios de la hacienda sólo para poder enamorarla... como si no pudiese hacerlo sin ese trato! Pero a ella le beneficiaba, le aseguraba que en seis meses la hacienda volvía a su familia y por otro lado la halagaba saberse anhelada de ese modo, le provocaba cierta vanidad... Recordó nuevamente las palabras de él y algo la inquietó, él decía amarla, él decía que la conocía y que ella odiaba saberse conocida...¿acaso era eso aquello que la preocupaba luego de haberse encontrado nuevamente con él? Acaso era el temor a saberse descubierta por un hombre con el cual en circunstancias normales no se hubiese atrevido siquiera a coquetear? Él no era un hombre común y ella... definitivamente nunca vivía circunstancias normales. Sin embargo algo de él le dejaba un sabor amargo en el alma que sólo se disipaba muy de tanto en tanto, cuando sentía el calor de su cuerpo, su respiración serena, sus ojos límpidos y profundos deseándola.
-en qué piensa señorita? –preguntó Olegario, llevaban más de cinco minutos en silencio y tanta pensadera de su patrona le daba mala espina.
-me pregunto qué diablos hago yo aquí Olegario –sonrió. Olegario la miró confundido- no me haga caso...
-usted... cuida de su familia. Como hizo siempre –ella lo miró extrañada- no me mire así... usted cuidó de todos cuando su padre enfermó, incluso desde antes. Siempre se encargó de sus hermanas, de los despistes de su madre y de poner en sus sitio a Don Martín... Luego, bueno las cosas cambiaron, esta hacienda se volvió patas para arriba y usted se fue.
-me fui a hacer mi vida, a cumplir mis anhelos...
-nadie le reprocha, hizo bien –la mira en silencio- aunque... siempre tuve la sensación de que usted... perdón –sonrió mientras meneaba la cabeza- no me corresponde.
-hable Olegario, yo qué?
-usted huía.
-por qué lo cree?
-usted amaba el teatro, es cierto. Recuerdo incluso cuando la llevaba a la ciudad a sus clases a la Escuela de Arte Dramático que dirigía la Sra. Benavidez, esa que era amiga de su madre...-ella asiente- pues, como dije amaba el teatro pero nunca odió esta hacienda, ni a su familia, siempre creí que usted se quedaría dirigiendo este lugar.
Sara se quedó pensativa, desde que recordaba ella siempre creyó que le disgustaba ese lugar y su familia, y sin embargo Olegario tenía recuerdos distintos sobre ella, sobre su vida allí. Quizás él tenía razón, quizás la ciudad la había cambiado y volver allí la hacía aborrecer ese lugar y esa gente... Era extraño, ahora nuevamente en la hacienda había olvidado un poco su vida en Cartagena o en la compañía de teatro, casi no añoraba esa vida. Aunque sin duda amaba su profesión y claro, este tiempo allí lo veía como un impasse en su vida.
Mira a su lado a Olegario, extrañamente ese hombre era además de un empleado, un amigo y un gran consejero para Sara.
Él le sonríe tímidamente, es un hombre demasiado respetuoso –y demasiado preocupado por las jerarquías- como para mirar a su patrona de igual a igual. Le ha tomado cariño, desde que se enteró de su relación con Leandro ella jamás lo ha puesto en evidencia ni le ha preguntado nada. Sin embargo ha dispuesto todo para ayudarlo, como por ejemplo obligarlo a llevar recados a Leandro porque ella está ‘ocupada’, o dejarlo salir sin preguntarle a dónde va y muchas otras pequeñas actitudes que le hacen valorarla. Ella ha entendido su amor, no ha preguntado por qué o cómo, sólo lo ha entendido. Con razón Leandro solía decir que era una mujer maravillosa como amiga!
-en qué piensa usted Olegario? –él se sonrojó y ella sonrió- no se preocupe... imagino.
Ese comentario lo hizo sonrojar más, y ella lo palmeó en un gesto de comprensión.
***
Allí tumbado en la cama no podía respirar, sentía que ese ambiente lo asfixiaba, pero no deseaba salir. No tenía ánimos de pensar en nada. Sólo en ella. En lo que le había dicho. No lo amaba... sería cierto? Acaso ella fuera así con todos los hombres de su vida? Acaso él era sólo uno más? Si era así esa mujer se aprovechaba del poder que tenía y lo estaba engatusando. Estaba utilizando nuevamente ese juego de seducción que tanto lo enloquecía. ‘maldita mujer’, pensó... cómo se había colado en su vida, cómo ese exotismo y un par de palabras lo habían encandilado?
Era cierto la amaba. Ya no podía negárselo a sí mismo y mucho menos a ella. Si se lo había dicho había sido en serio... aunque ella no quisiera reconocerlo. Aunque él tampoco supiera decir qué exactamente le gustaba de ella, si esa libertad con que vivía, si el modo en que utilizaba sus armas de seducción, si esa extraña manera de pensar el mundo sin desgastes melodramáticos...o su risa, recordaba su risa de Caronte... aún no la había vuelto a escuchar reír así, eso extrañaba...
Tenía miedo, demasiado como para reconocerlo. Luego de Rosario ella era la primera mujer que le despertó sentimientos, que lo hizo sentir vivo nuevamente. Sí por supuesto que tenía miedo de amarla, porque ella era más experimentada en la vida, porque él se sentía frágil frente a su personalidad despampanante, porque... había sido sincero con ella, demasiado y dudaba de las intenciones de Sara. O mejor dicho, dudaba poder conquistarla.
Ya había jugado su última carta, su única carta. Tenía seis meses para conquistarla. Sintió que el estómago se volvía un nudo... era una locura, cómo haría para conquistarla en ese tiempo... Debía estar loco si pensaba que una mujer así caería rendida a sus pies... Ginger era inconquistable! Se sentó en la cama, extrañado de ese pensamiento... Ginger era inconquistable? Ginger... en secreto, para sí mismo, solía llamarla así. Sara era su Ginger... Sara era inconquistable?
-ocupado? –Juan asomó su rostro- Oscar ya llamó. Está en México.
-Lo supuse...
-tu ojo? Morado aún?
-un poco, creo que mañana ya ni se nota –Juan iba a retirarse- Juan, espera... crees que me perdonará?
-En este momento lo dudo –vio su rostro- qué pretendes, lo que hiciste fue una locura!
-lo sé, lo sé... pero lo hice por él.
-estás seguro? Porque si quieres ayudar a alguien... creo que no es el mejor modo.
Franco suspiró: quizás... sólo quizás, también fue un negocio –dice más para sí que para su hermano.
-ves?
-crees que ellos se separen?
-seguramente. Jimena debe estar feliz con esto.
-no lo creo, yo estoy seguro de que ella siente algo por Oscar
- Franco! Despierta, ninguna mujer ama por obligación
-es cierto... además que sé yo de mujeres no? –dice y se encoge de hombros y Juan asiente con un movimiento de cabeza. En definitiva el más experimentado soy yo, piensa para sí Juan.
Cap. 28
La mira ir y venir, silenciosa, preocupada pero no dice nada. Sabe qué pasa, Juan ya se lo ha comentado. En este tiempo en que se han ‘visto’ de pocas cosas han hablado... no han tenido tiempo para comentar demasiado, la verdad tampoco ninguno de los dos lo ha intentado. Pero eso se lo dijo, como al pasar, pero con la clara intención de avisarle, advertirle, quizás en el fondo no fuera tan despreocupado e insensible como parece, o tal vez sólo lo comentase. La observa nuevamente, aún tiene ese gesto adusto, tan propio de ella cuando algo la inquieta. Con un pequeño golpe de codo roza a Sara con el único propósito que distraiga su vista de los papeles hacia Jimena y lo logra. Luego ambas, Norma y Sara se miran cómplices …
-preocupada por algo Jimenita…?-aunque ambas saben, ni ella ni Norma se perderán la oportunidad de escucharla decirlo. Jimena las mira, se acerca, se sienta frente a ellas, no sabe qué decir, mejor dicho no sabe cómo decirlo…
-pasa… Oscar llamó –restriega sus manos nerviosas- parece que los trámites de divorcio están listos, sólo falta firmar…
-eso fue rápido, no tardó más que una semana –Sara mira pensativa antes de volver a los papeles-lo que puede el dinero.
-y la voluntad, porque mira que para conseguir que un abogado haga un divorcio sin poner objeciones…- dijo Norma con clara intención. Sara asintió sin mirarlas.
-supongo que sí, que deseaba desesperadamente terminar con el matrimonio –dijo Jimena en un tono de decepción.
-pues tú debes estar feliz, era lo que querías no? –los ojos oscuros se desviaron de los de Norma para posarse en el escritorio de roble oscuro, sólo movió su cabeza asintiendo.
-cuando firman? –la pregunta de Sara la hizo levantar nuevamente su rostro.
-esta tarde. Creo… parece que volverá a México esta misma noche
-pues la verdad todo salió a pedir de boca no Sara? Jimena divorciada, nosotras tenemos la mayoría de las acciones y sabemos que los Reyes nos devolverán el resto a fin de año… no sé muy bien cómo lograste eso pero…
Sara no quería que Norma volviera a la carga con las preguntas sobre el acuerdo de Franco. El ‘acuerdo’, eso había dicho cuando regresó de los Reyes, que Franco había acordado entregar las tierras pero no los motivos o las condiciones. Decidió centrar la atención en Jimena…
-pues yo también me alegro -dijo interrumpiéndola- ahora tú Jimena serás libre y podrás hacer una vida feliz, incluso puedes buscarte un nuevo marido, como a ti te guste.
-volver a casarme? No Sara, yo no podría volver a casarme…
-Hermana –interviene Norma- eres joven y bella…
-un poco descuidada, es cierto –agrega Sara y Norma la mira intensamente como regañándola- pero bella, encontrarás hombres que se enamoren de ti a montones…
Jimena queda en silencio, no les responde, ni siquiera las mira. Luego de un instante pensativa pregunta: ustedes creen que a Oscar le parezco descuidada?
****
Si estuviese en Inglaterra estaría tomando el té, pensó mientras miraba como las agujas del reloj anunciaban la hora. Siempre divagaba cuando estaba nervioso y ahora lo estaba. Era extraño, no hacía tanto que se conocían, menos que se casaron y en instantes se divorciarían, no era un buen legajo para un ex seminarista, pensó y se rió de sí mismo. La vida se había vuelto absurda. Un golpe seco sobre el hombro lo sacó de sus cavilaciones, sonrió, la única persona capaz de considerar eso como un acto de cariño era a la que más necesitaba en este momento para olvidar lo que le ocurría. Levantó la vista y vio la amplia sonrisa enmarcada en esos rizos cuidados, demasiado para quien se preciase de varonil como él.
-Juan... viniste.
-no iba a dejarte sólo –se sienta en el banco, a su lado, la gente iba y venía en los pasillos del juzgado - además creo que como hermano mayor debo darte mi consejo y la verdad esto que estas haciendo es una tontería...
-Juan –lo mira a los ojos- no me recrimines, tú no sabes y la verdad tampoco estoy de ánimos para contarte.
-sé –ve los ojos interrogantes de Oscar, la ingenuidad de su hermano a veces le da ternura y otras le molesta, aún no sabe qué siente en esta oportunidad, quizás una mezcla de ambas; esta vez él está involucrado en la farsa y no le agrada mentirle a Oscar, suspira- sé lo del acuerdo de Franco, de Jimena, de la pelea... aunque no sé es quien te lo dijo.
Sabías? –ni siquiera se detiene en la última parte, sólo en que sabía y nunca se lo dijo- pero Juan... tú también?! Es que acaso yo soy el imbécil para ustedes! –las personas que pasaban comenzaron a mirarlos, baja un poco el tono- es increíble...
-ok, lo siento sí? No te dije, pero esa mujer te gustaba tanto, morías por ella y la verdad... –se detuvo en silencio, no podía justificarse más, era absurdo- la verdad fui un idiota, un cobarde que jamás se involucra, ni siquiera cuando la gente que le importa sale lastimada. Perdón.
Juan mira a Oscar a los ojos y este sabe que es sincero, de todos modos no es su culpa. Ni siquiera la culpa es completamente de Franco sino de él, por no darse cuenta de que Jimena no lo amaba. Acaso no la oía llorar en secreto en las noches? Acaso ese brillo en sus ojos no le denotaban el enojo, la rabia? Él sabía. Si dejó que el casamiento ocurriese era porque él también había sido un cobarde y no se animaba a enfrentar la verdad. Ni a nadie. Ni así mismo. No se animaba a reconocer que había sido lo suficientemente egoísta como para obligarla a estar a su lado, como para imponerle su presencia, sus besos, su cuerpo. Eso era lo peor que había hecho en su vida, y no había Dios ni cielo que lo perdonaran.
-no te preocupes Juan. Vamos hacia la oficina del juez ya debe estar por llegar el abogado, necesito divorciarme de Jimena lo más rápido posible.
Se levantaron del banco y se dirigieron a la primera puerta frente a ellos. Ella los vio irse, estaban de espaldas y ni se percataron de su presencia. De hecho subía el último escalón que daba a ese piso cuando los escuchó, mejor dicho cuando escuchó las palabras de Oscar, sintió cierta desolación y decepción. Sara se había equivocado, como siempre en su vida, pensó, ese hombre no se divorciaba porque la amara. No, si fuese así hubiese peleado por ella, o algo. Podía que no lo conociera tanto pero no era un cobarde para escapar de ella, si se divorciaba era porque quería. Punto. No había más que decir.
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