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Date Posted: 01:08:55 05/16/02 Thu
Author: Enzo
Subject: La belleza al alcance del bisturí .La cirugía, recurso frecuente de las candidatas a misses.

Date Posted: 21:30:44 05/13/02 Mon

Rakel Sosa, periodista venezolana

“Nunca se es demasiado rico ni demasiado delgado.”


Wallis Simpson, duquesa de Windsor (1896-1950)

El auge de la cirugía estética en Venezuela revela la dictadura de una sutil discriminación racial y del omnipresente modelo de belleza estadounidense.

Unas pocas estadísticas son, a veces, más elocuentes que un espeso tratado de sociología. Venezuela es el país que cosechó más premios internacionales de belleza en el último medio siglo: cinco Miss Mundo, cuatro Miss Universo y otros innumerables cetros y coronas. No se trata de un fenómeno casual, sino que revela una de las tendencias más profundas de la sociedad venezolana y –de manera más general– de las de numerosos países de América Latina. Como en Brasil, la “doctrina oficial” pretende que Venezuela es un país multirracial y tolerante. Pero debajo de la superficie, prevalece una sutil discriminación racial con los descendientes de esclavos negros que se manifiesta –esencialmente– en el culto de criterios estéticos que valorizan la piel blanca, la cabellera rubia y los ojos claros.
“A mi consultorio llegan pidiendo narices más finas, bocas ligeramente rellenas, bustos amplios, glúteos elevados y, sobre todo, delgadez. Quieren ser cada vez más delgadas”, confirma el doctor Pedro Meneses, miembro de la Sociedad Venezolana de Cirugía Plástica.
En ese contexto, la belleza se ha convertido en un valor social que muchas veces suele definir triunfos y fracasos, tanto en las relaciones personales como en la vida profesional.
Esta realidad se superpone con otras reglas de juego que definen el papel de la mujer en una sociedad que aún no integró ciertos principios de la revolución feminista. Para las mujeres, atenazadas entre racismo y machismo, la belleza representa un recurso eficaz de promoción social y –con frecuencia– la única forma de “existir”.
El culto a la belleza que existe en Venezuela permite comprender el vertiginoso auge de la cirugía plástica en los últimos 10 años. Aunque no existen estadísticas oficiales, se estima que son similares a las cifras de la Sociedad Americana de Cirugía Plástica y Reconstructiva (SACPR). En los últimos dos años, según ese registro, el recurso a la cirugía estética aumentó más de 60%. En un período más largo, comprendido entre 1992 y 1998, las intervenciones más frecuentes fueron la lipoescultura, que se incrementó en 264%; la mamoplastia de aumento (implante de prótesis mamarias), que creció 306%; y la cirugía de rejuvenecimiento facial y de remodelación nasal.

Un ideal importado
Los criterios estéticos, sin embargo, cambian constantemente. “El modelo del último decenio viene de Estados Unidos, que está a dos horas de vuelo de Venezuela. La diferencia es que nuestras mujeres no son rubias de ojos azules, pero se empeñan en parecerse en cuerpo y rasgos a ese ideal blanco. Nunca operé a una mujer blanca que haya querido cambiarse la nariz y ensancharla para aproximarse a los rasgos de una negra. Siempre es lo contrario”, explica Meneses.
A pesar de su riqueza petrolera, casi 70% de la población de Venezuela vive sumergida en la pobreza. Pero cuando se trata de lucir bien, no existen limitaciones de presupuesto. Un estudio realizado en 1999 por Roper Starch Worldwide demostró que los venezolanos gastan 20% de su presupuesto en cuidado personal y productos de belleza. La mamoplastia, una de las operaciones más frecuentes, cuesta entre 1.000 y 3.500 dólares. Aunque pertenezcan a un estrato social humilde, las mujeres siempre encuentran el dinero que hace falta, porque la necesidad de sentirse bellas prevalece sobre cualquier otro criterio.
Cada vez son más frecuentes las candidatas que tienen entre 17 y 35 años, que no sólo desean perfilar su nariz y aumentar los senos, sino que pretenden cambiar el contorno corporal. “Recurren a la cirugía porque se sienten rechazadas por la sociedad o no están satisfechas con la imagen que proyectan”, dice el doctor Alberto Salinas, uno de los pocos especialistas venezolanos que practica la gastroplastia desde hace más de 15 años. Ese procedimiento reduce las dimensiones del estómago para que el paciente coma menos y adelgace progresivamente. “La mitad de mis pacientes no quieren sentirse mejor, sino verse mejor”, precisa.

Presión social y publicidad
Aunque no son obesas, muchas de las jovencitas llegan a su consultorio por razones de “salud psicológica”.
“La presión de la sociedad es tan grande, que esas adolescentes toman una caja de diurético por día y otra caja de laxante. En esos casos, para evitar que se sigan intoxicando con medicamentos, prefiero operar”, confiesa.
La imagen social es la razón que induce a muchas profesionales a acudir al quirófano con la esperanza de mejorar su imagen y aumentar su autoestima.
Morelia Pelayo, una exitosa odontóloga que hace algunos años se sometió a una mamoplastia, asegura que esa operación cambió su vida: “Siempre me consideré una mujer realizada tanto en el plano profesional como personal. Pero tenía un complejo por el tamaño de mis senos. Desde que me operé, cambié mi forma de vestir. Como vivimos en un país caribeño, donde hay sol, puedo lucir mejor mi figura y usar ropa con escotes más generosos”, reconoce. Esa decisión capital, sin embargo, fue adoptada bajo la presión subliminal que ejercen los mensajes publicitarios de la televisión: “Todas las mujeres tienen senos y nalgas prominentes, cuerpos espectaculares y lucen bellas y exitosas. ¡Es inevitable querer ser como ellas!”, confiesa.
En esa confusión entre ser y parecer, la fascinación de los venezolanos por los cambios rápidos y drásticos que ofrece el bisturí comienza a convertirse en un rasgo cultural. Ese rasgo importado es tan fuerte que amenaza con modificar la identidad de la sociedad.

http://www.unesco.org/courier/2001_07/sp/doss32.htm

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