| Subject: Ginger y fred - cap. 12 |
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Date Posted: 07:18:00 02/14/07 Wed
Cinco meses. Ese era el tiempo que le llevó levantar la hacienda de su padre. Sólo eso. Claro que los tenía a Juan que era experto en caballos de carrera por su manía en el juego y a Oscar que era hábil en los negocios, a doña Aurora y Matías que ni bien supieron volverían a reabrir la hacienda, se pusieron a su disposición. Ese hombre… Matías, de algún modo le caía simpático, él no se había ido de la hacienda, con sus ahorros y una pequeña huerta vivían con su mujer ahí, simplemente porque no habían conocido otro lugar donde vivir. Él y su mujer habían conocido muy bien a su familia paterna y hablaba de su padre con cariño y respeto, no recordaba la última vez que alguien le hablaba así de quien fue su padre. Eso le gustaba. También estaba Quintina, que apenas se enteró que no regresarían corrió a su lado, era eso o ir con la tía Eva, la decisión era fácil, pensó.
Sonrió mientras miraba los confines de sus tierras. Había necesitado de mucha gente para levantar esa hacienda, mucha gente y dinero. Mucho dinero. Pero ahora deseaba más, ahora que la casa relucía, los establos estaban repletos y comenzaron la cría de ganado y el cultivo, quería más tierras. No era tan fácil conseguirlas, ningún hacendado vendería su propiedad. Ya casi todos lo habían dicho, era más que un lugar, para la mayoría era su mundo, su familia y eso no lo compraba con dinero.
Hizo a su caballo galopar hasta el linde oeste, esa era una tierra muy rica y muy mal cuidada. No sabía mucho más que eran de los Elizondo. Había tenido poco trato con ellos, Oscar los conocía ya que se había encargado de la compra de uno de sus caballos, era una hacienda muy grande y muy mal aprovechada, le había dicho.
-que miras? –Oscar había galopado junto a él en silencio, le gustaba la tranquilidad del campo a esa hora, la paz.
-la tierra de los Elizondo... que sabes de ellos Oscar?
-en el club se comenta que están en mala situación económica y que su administrador no es una buena persona, no hace buenos negocios o... –menea su cabeza- pero son chismes.
-tú los conoces no?
-poco. A Don Martín, el abuelo lo traté por lo del caballo, también conocí a una de sus nietas...-hizo un silencio- Jimena, una muchacha muy seria... –susurró mientras sus ojos adquirían un brillo particular. Franco miró a su hermano, nunca mencionaba a una mujer, ni tenía esa mirada.
-Jimena?
-sí, se nota que fue educada en los mejores colegios católicos, lleva un crucifijo con la imagen del Vaticano detrás, me contó que se lo trajo su abuelo de un viaje a Roma, bendecido por el Papa..., yo incluso llevaba la mía, la de plata que me regaló el obispo... –Franco lo miraba y no podía creerlo, su hermano hablaba entusiasmado de una mujer, aunque fuera sólo por sus crucifijos, le parloteaba olvidando que estaba frente a él- ... también está al mando de las obras de caridad de la iglesia, algo extraordinario para una mujer que es tan joven y bonita y que podría pasarse la vida divirtiéndose con amigos... –Oscar hace un silencio, nota que ha hablado demasiado, Franco lo mira burlón- qué me miras?
-te gusta, esa tal Jimena te gusta.
-soy hombre, no? –su cara enrojeció un poco.
-al fin!!! Creí que nunca mirarías a ninguna. Sabes qué? Creo que es hora de que hagamos amistad con los Elizondo, quizás...
-negocios –sentenció Oscar.
-sí, por qué no. Además quiero conocer a la muchacha que te ha puesto así... ¿vamos?
-ahora? –dijo un poco sonrojado Oscar.
-¿por qué no?
Apeó su caballo y Oscar simplemente lo siguió. No le gustaba la actitud de Franco, especialmente porque sabía que con los Elizondo era mejor mantener las formas y eso de llegar sin ser invitado era algo que seguramente no les caería del mejor modo. Lo seguía a sólo unos metros imaginando que artimaña se le había ocurrido ahora a su hermano, si bien era cierto que les insistía tanto a Juan como a él que debían sentar cabeza, desde que llegaron aquí no tenían ese tipo de conversaciones. Son negocios, se dijo y no era extraño pensar eso, Franco pretendía extender aún más la Hacienda Reyes y hasta el momento se le hacía difícil encontrar vendedor siendo que sus ofertas eran muy generosas.
Llegaban al camino principal de la hacienda, Franco nunca había estado por allí, al llegar notaba la magnífica construcción colonial que ocupaba el solar, imponente y regia, más que la suya. Fueron deteniendo la marcha, uno de los empleados que parecía dirigir a otros se fue acercando lentamente, al reconocer a Oscar sonrió.
-Señor Reyes, bienvenido –dijo con el entrecejo un tanto fruncido- lo espera el señor Acevedo?
-no en realidad Olegario, pasábamos por aquí y quisimos saludarlos, si no les incomoda...
-Además –interrumpió Franco- tenemos intenciones de comprar otro ejemplar como el anterior –Olegario lo miraba sin comprender-. Disculpe no me he presentado soy Franco Reyes –bajó del caballo y Oscar lo imitó.
-un gusto –dijo Olegario sonriendo- aunque temo que lo del caballo no sé si será posible, ya el señor Escandón... –se detuvo en seco- perdón, creo que mejor este tema lo hablan con él o con don Martín.
Oscar y Franco se miraron extrañados, en ese momento Don Martín salía por la puerta principal acompañado de Jimena. Oscar sonrió al verlos y Franco al ver su rostro dirigió su mirada hacia el frente de la casa. La muchacha era bella, su rostro, su cabellera, esos aires de elegancia propio de una familia aristócrata, quizás un tanto recatada para su gusto, pero de una muy buena familia, buen gusto el de su hermano, pensó.
-Muchacho!!! –Don Martín parecía alegrarse de ver a Oscar, se acerca lo saluda y este presenta a su hermano, luego se dirige a Jimena muy formalmente pero sonriendo, ella apenas contesta, sabe ocupar su lugar secundario –me alegra verlos, qué los trae por aquí?
-ante todo, perdón por venir sin previo aviso –dice Franco sonriente- pero estábamos cerca y pensamos en hacer una visita y hablar de negocios, intentamos ampliar nuestro negocio, especialmente en caballos de raza y como los suyos son los mejores de la región pensamos ver si tiene algún ejemplar...
Don Martín carraspeó y se retorció el bigote: muchachos quizás no pueda ayudarlos en esos asuntos –tomó unos segundos antes de proseguir- pero pasen, tomemos algo y quizás... quien sabe si les interesan los buenos negocios.
Sus ojos brillaron, Franco conocía mucho de negocios y hasta adivinaba que este hombre los veía como su tabla de salvación. Se dirigió hacia donde Jimena les indicaba escuchando a ese hombre vociferar, no sabía cuáles eran exactamente las intenciones de ese hombre, pero sí las suyas: necesitaba más predios. Era evidente que la hacienda estaba en crisis y eso siempre significaba una oportunidad para él. Esta vez no sería la excepción.
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