Subject: Ginger y Fred |
Author: Capítulo 23
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Date Posted: 10:39:19 05/18/07 Fri
Se cruza de piernas, sonríe; esa siempre ha sido una buena estrategia con los hombres y aunque no suele usar estas artimañas habitualmente, si necesita desplegar todo su encanto femenino con el contador del banco lo hará: necesitan ese préstamo.
Él la mira embobado, no está acostumbrado a ese tipo de clientes, en el banco se acostumbra siempre a ver a los mismos viejos gruñones, no a una jovencita bella. Suena el teléfono y atiende sin dejar de admirar el escote que deja al descubierto la blusa blanca de seda que trae Sara mientras ella distraída mira hacia la ventana, indiferente.
-si? ... aquí estoy justo... espere un minuto, por favor...sí, voy –mira a Sara con un gesto adusto-señorita? Me disculpa un momento, tengo...
-adelante –sonríe seductora- lo espero.
El hombre cuyo nombre ni recuerda se va dejándola sola en la oficina. Toma del escritorio la carpeta con todos los pronósticos hechos, no pueden negarle el préstamo, el negocio es más que rentable y una gran oportunidad para abrir un nuevo mercado. Confía en ese proyecto, si bien la inversión inicial es importante, las ganancias por cultivos ecológicos en el mercado europeo serán sumamente significativas. Hay riesgos pero tiene varias hectáreas vírgenes de sembradíos que han sido abonadas por el ganado durante años con lo cual si no hay ningún inconveniente, la producción será casi escandalosa. Recuerda el momento en que su madre le dio la idea, venía de un viaje a Bogotá arrastrando con ella a un empresario exportador (con el cual tenía un romance, según supuso entonces) y que se dedicaba a la venta de este tipo de productos. Lo trajo sólo para que comentara a Sara sobre los beneficios de esta empresa, y lo era, era un proyecto beneficioso y rentable que podría sacarlos de esta situación en que estaban. Había dos inconvenientes: uno el dinero a invertir, otro que Franco no se enterase por el momento. El dinero casi solucionado, lo de Franco sería más complicado aunque confiaba en su suerte y en que él sabía poco de cultivos, quizás pudiera hacerle creer que cultivaba en la forma tradicional y quedarse con la mayoría de las regalías. Estiró su brazo para ver el reloj que se escondía bajo la manga, el contador estaba tardando demasiado y aunque ya casi todo parecía haber sido aprobado tenía sus dudas. Sonreía para sí misma, si se salía con la suya en poco tiempo se desharía de Franco Reyes y su familia, su hermana volvería a la hacienda y ella... debería irse, justo como prometió a su abuelo. Era extraño, de todas las veces que había ido a la hacienda era la primera en que no necesitaba imperiosamente irse, aunque extrañaba a la compañía de teatro, sus amigos, y su trabajo, la hacienda no la agobiaba tanto. Quizás era porque las cosas habían cambiado en su familia, quizás este tropezón financiero les sirvió para ser menos pedantes y orgullosos y resignificar el lugar de cada uno y una en la familia. ¿O era por Franco? Solía verlo por la hacienda, revisando papeles, animales, no mucho pero al menos dos veces a la semana iba y conversaban. Era agradable volver a encontrarlo, aunque las circunstancias fueran extrañas, con él se sentía menos atada a formalismos, más auténtica, probablemente por el modo en que se conocieron, porque ambos habían sido capaces de confesar cosas que nadie más sabía... cómo podía estar en ese mismo instante creando una estrategia para engañarlo cuando le gustaba tenerlo cerca? Definitivamente nunca había estado cuerda... ‘pero has llegado a la insensatez, Sara’, se dijo.
-señorita ...
El roce de la mano del contador del banco sobre su hombro la sacó de sus pensamientos. Ella viró su rostro y sonrió suavemente mientras lo miraba a los ojos. él con un rostro adusto intentaba decir algo mas parecía no encontrar las palabras.
-señorita... ehh... acabo de hablar con el gerente y creo que no podemos otorgarle el crédito que ha solicitado... lo siento mucho.
-no? Pero si usted había dicho que ya casi todo estaba listo
-olvide lo que le dije...
-No, por qué? Debe decirme por qué no me dará el crédito!
- no lo aprueba el gerente.
-sigo sin entender, es un negocio seguro... yo quiero hablar con él.
-no será posible señorita, no me comprometa...
-exijo hablar con él! no puede ser si hace unos minutos todo estaba bien ahora no.
El hombre suspira, se sienta en su sillón, lo acerca al escritorio y la mira, baja un poco la voz...
-no debiera decirle esto pero... el gerente no le da el crédito porque alguien le pidió especialmente se encargue de esto. Es más, creo que ningún banco de la región lo otorgaría.
-no entiendo ¿con quién habló?
- le suena el apellido Reyes? –Sara sorprendida, sólo atinó a hacer un movimiento afirmativo con su cabeza- pues esa familia es muy poderosa y muy influyente; alguien de esa familia habló con el gerente y le dijo que por ningún motivo podía confiarle un crédito para la hacienda Elizondo, que peligraba su trabajo si lo hacía. Supongo que ha dado esa orden a todos los bancos de la región.
Salió furiosa, confundida. Y decidida. Subió a la camioneta de su madre y arrancó a toda velocidad. Él se había adelantado, por alguna razón él estaba un paso delante suyo. Quizás lo había subestimado, de seguro lo subestimaba. Era el hombre más rico de México, el empresario más exitoso que ahora existía en Colombia y ella, una simple actriz ‘under’ que pretendía engañarlo en los negocios. ‘Nunca fui tan buena actriz’, pensó e hizo una mueca, el humor negro la acompañaba una vez más junto a los recientes oscuros deseos de ahorcar a Franco Reyes. ‘No tiene la culpa’ se dijo, ‘es un empresario, juega cartas de empresario’, repetía e igual esa respuesta no la conformaba, la tristeza de Jimena empañaba cualquier comentario. No era ella, no era un juego, ni siquiera el galante Franco Reyes el problema, Jimena estaba antes que todo eso y ella debía ayudarla, quizás por primera vez en su vida, su familia era más importante.
***
Las pequeñas gotas de agua aún corrían por su espalda, se ajustó la toalla a su cintura una vez más mientras con otra intentaba secarse el cabello. Se miró al espejo y apenas se reconoció. La barba un poco crecida, el bronceado del sol de campo, las manos ajadas de trabajo... Si un año atrás alguien le hubiese dicho que estaría así se hubiese reído. Siempre tan pulcro, de traje, empresario y ahora parecía un granjero. Miró en derredor, su habitación le recordaba que no lo era. Aunque no hicieron más que arreglarla lo necesario, la construcción y el mobiliario no dejaban de ser exquisitos. Quizás el buen gusto aún le quedaba de la familia de su madre y las costumbres de su tía. Sus tíos... parecía México tan lejano... volvería algún día? Lo dudaba. Cuando llegó a estas tierras no pensó en cuánto estaría, sólo que le gustaba ese lugar, lo calmaba, casi lo hacía feliz. Y después Sara... eso cambió toda perspectiva de sus proyectos y planes. Nunca había creído en el destino, nunca hasta esa noche en que Jimena la presentó como su hermana. Luego de su último encuentro había intentado buscarla varias veces, pero cada vez que estaba frente a ella actuaba como un adolescente que no sabía qué hacer. Siempre terminaba preguntando por los negocios o los caballos mientras ella lo miraba fastidiada pues seguro pensaba que la vigilaba.
Ya lo sabrá? Se preguntó, sabía que cuando ella supiese lo que había hecho se enojaría con justas razones. Él hizo trampa, usó sus influencias con los bancarios de la ciudad, aunque su trampa estaba justificada, se decía, ella también intentó engañarlo, ocultarle ese negocio. Sabía que Sara se enojaría, que vendría a reclamarle, pero él tenía sus razones y también eran importantes, las entendiera ella o no. Por otra parte esperaba verla, aunque fuese en semejantes circunstancias.
Ni los pasos apresurados ni el ruido del picaporte lo quitó de sus pensamientos, sólo el golpe seco de la puerta cerrándose, la vio a través del espejo, no la esperaba tan pronto... ni en su cuarto.
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