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Date Posted: 18:31:25 04/22/04 Thu
Author: Orlando
Subject: Lavado de cerebro . por Roberto Bardini


Lavado de Cerebro.

Roberto Bardini

En 1977, Sun Myung Moon fue demandado ante el Tribunal Superior de Justicia de San Francisco por un grupo de padres que pedían recuperar la custodia de sus hijas, ya mayores de edad, porque habían sufrido un proceso de “lavado de cerebro” dentro de la Iglesia de la Unificación. Pero después de ser rescatadas muchas de ellas regresaron a la secta ante la impotencia de sus progenitores. El control mental es efectivo: opera a la distancia y a través del tiempo. .
Sun Myung Moon speaks at the
UTS Graduation, June 21, 2001

.
El manual de instrucciones para reclutadores de la secta Moon (una especie de trampa cazabobos a través de la propaganda, las relaciones públicas y la persuasión) puntualiza:
En la primera etapa del contacto, hay que elegir el blanco. Es necesario ser psicólogo, aprender a leer el rostro, impresionar a la gente con nuestra calma, nuestra seguridad, nuestra concentración. Hay que dar a nuestro rostro, en especial a la mirada y a la boca, una expresión que impresione. Debemos saber muy bien que somos superiores a los demás. Es preciso que la gente tenga la impresión de que ganará algo escuchándonos.
Douglas Lenz, un ex estudiante de ingeniería de 21 años, permaneció en la congregación de 1981 a 1983 y puede dar testimonio de ello. Se encontraba de vacaciones en San Francisco, cuando un grupo de amigables moonistas lo invitó a participar en un campamento. Y él fue, pensando aprovechar sus días libres, conocer alguna chica, divertirse, hacer nuevos amigos. Dos años después, sus padres tuvieron que rescatarlo mediante un secuestro en plena calle y una posterior “desprogramación”. Desde entonces, participa activamente en una asociación civil que combate a las sectas en Estados Unidos.
Atrapados sin salida

Según Lenz, hay seis características que influyen para que un joven se sienta atraído por la cofradía: idealismo, ingenuidad, independencia, curiosidad, búsqueda de identidad y cierta dosis de indecisión. A su vez, la secta utiliza tres elementos para captar a los nuevos adeptos: ruptura emocional, lavado de cerebro y control mental.

“La ruptura es una quebradura psicológica que afecta a la mente y se produce al ser inducida por una tensión emocional y/o física externa, como un hueso que se rompe al ser sometido a demasiado esfuerzo”, explica Lenz. Relata que en el campamento cada día parecía mejor que el anterior, pese a que todo lo que hacían los muchachos era escuchar una conferencia tras otra y trabajar. Los días no eran físicamente agotadores, pero todos se sorprendían por lo cansados que estaban al terminar la jornada. Bueno, se decían, por fin ejercitaban la mente y crecían espiritualmente. “No comprendíamos cuánto drenaje físico nos causaban nuestras emociones. Nuevas ideas nos caían sin tiempo para la reflexión, generalidades idealistas con las que se podía coincidir. Las atracciones de El Principio Divino, el libro escrito por el reverendo Moon, eran muchas”. Y los chicos continuaban adelante, cada vez más exhaustos.

“Toda esta experiencia se va incrementando hasta que sucede el momento de la ruptura”, relata Lenz. Siete días después, algo explotó en su interior. “Me vine abajo, me derrumbé y lloré descontroladamente al enterarme que Jesús había fallado en construir el Paraíso en la Tierra y que Dios había puesto la carga de la responsabilidad futura en los hombres”, narra el estudiante. Y explica:

“Lo que le sucede a una persona en el momento de la ruptura no está totalmente claro, pero una analogía sugerida por un psiquiatra de Boston, John Clark, me ayuda. En un sentido, la mente puede actuar como una pantalla de la realidad. En la ruptura, la pantalla que la persona ha desarrollado por su propia experiencia, se quiebra. La persona debe rápidamente construir una nueva imagen. En este punto la única realidad accesible, el único sistema de creencias, es el de la Iglesia de la Unificación. Cuanto más completo es el aislamiento con otros ambientes, más rápidamente se incorpora la visión de los moonies.
Cuando estalla la crisis emocional, la secta tiene todas las respuestas para dar alivio. Y uno se transforma en una especie de cautivo por propia decisión.
Luego de su recuperación, Lenz comprendió que en mayor o menor medida hay elementos del lavado cerebral que son comunes a muchos movimientos religiosos y no religiosos. Esos elementos, dice, no son necesariamente dañinos. “Pero cuando todos estos rasgos o la mayoría están presentes al mismo tiempo en el contexto de un grupo intenso de experiencias y la intención última del grupo es deliberadamente oculta, entonces sí se ha establecido un ambiente de lavado de cerebro. Siguiendo la ruptura, el constante restablecimiento y refuerzo de las creencias del grupo hacen que sus verdades se hagan las verdades de uno. En ese preciso momento, es cuando los métodos de control mental son aplicados”.

Los resultados de la ruptura, el lavado de cerebro y el control mental son –de acuerdo con Lenz– los elementos necesarios para ser un moonie dedicado tiempo completo a la Iglesia de la Unificación. Todo ese proceso se instala con fuerza en el cerebro. Y aunque la persona afectada logre huir, luego de esa compleja manipulación tendrá alteraciones emocionales y disturbios psicológicos severos. La terapia indicada en estos casos tiene una denominación que lo dice todo: desprogramación.

“Purificación”, obediencia y dedicación a la causa

La expresión “lavado de cerebro” fue usada por primera vez por el periodista norteamericano Edward Hunter, como traducción del coloquialismo chino hsi hao (literalmente, “lavar cerebro”). Su aplicación se basa en pasos deliberados, activos y coercitivos para sustraer al individuo de su yoidad, y luego en un procedimiento para construir algo nuevo sobre los dispersos fundamentos que quedan.

El psiquiatra Robert Jay Lifton se especializó a partir de los años 50 en las técnicas del lavado de cerebro y se transformó en una autoridad internacional en la materia. Lifton identificó las condiciones que permiten la transformación del pensamiento aunque el afectado no lo consienta: aislamiento y manipulación religiosa o ideológica, necesidad –creada a partir de estos dos elementos– de “purificación”, obediencia y dedicación a la causa, compulsión a la confesión pública, vivencia de la “verdad sagrada”, nuevo vocabulario y valoración de la nueva doctrina por encima de todo lo demás.

Como comprendió Douglas Lenz luego de su complicada recuperación, en menor, mediana o mayor medida hay elementos del lavado cerebral que son comunes a muchos grupos, religiosos o no. Esos elementos, según como se apliquen, no son necesariamente perjudiciales aunque cumplen su objetivo: instalar cierto tipo de convicción, de idea-fuerza. Se encuentran en movimientos políticos sectarios, corrientes adeptas a determinado tipo de filosofía y comunidades en busca de “espiritualidad”. Esas técnicas también se utilizan –de forma atenuada o intensa– en adiestramiento para ventas, clases de liderazgo, seminarios cerrados sobre actuación teatral, cursos para “sentirse bien” o descubrir “qué-me-pasa” dirigidos a sectores conflictuados de la clase media de las grandes ciudades.

[David S., un empresario textil judío argentino que durante cuatro años hizo su servicio militar en Israel, me comentó en 1994 que los suboficiales del ejército de ese país utilizan procedimientos similares durante la etapa de instrucción con los reclutas: “Lo primero que hace el sargento, además de agotarte físicamente, es desarticularte el cerebro. Cuando ya estás completamente fragmentado física y mentalmente y dudas hasta de tu propio nombre, el tipo te vuelve a «armar» pieza por pieza. Cuando termina, lo ves como «el salvador». Y ya no importa como haya acomodado las piezas porque el suplicio terminó”].

Autómatas manipulados

Los moonistas tienen una edad promedio de 24 años. La captación es gradual e indirecta. Se aborda a los potenciales adeptos en conciertos de rock, universidades, bibliotecas, plazas públicas o en la calle. Según los especialistas, el reclutador elige a los que a su juicio son tímidos, solitarios o parecen estar sufriendo.

Un ex reclutador describe “el tipo ideal” de presa: “Un norteamericano medio de 18 años, serio, optimista, idealista, religioso, con buena salud, a la búsqueda de la verdad y de una vida que tenga sentido, soltero, con preferencia de estilo mochilero, es decir sin vínculos fuertes con una familia, una residencia o una profesión”. Y explica a quiénes se descarta: “Jamás nos dirigimos a los enfermos, a los pobres, a los excluidos de la sociedad. Tienen un mal espíritu”.

El proceso de formación de los nuevos miembros contempla el aislamiento mediante la eliminación de contactos con el mundo exterior, la falta de tiempo libre y el sometimiento a una dura disciplina. Esto elimina los mecanismos personales de defensa, abre barreras internas, disminuye el libre albedrío. Al mismo tiempo, se repite un discurso ideológico que desacredita los modelos de vida de la sociedad y canaliza los deseos de mayor justicia hacia salidas simplistas.

Para atender a los aspirantes en las mejores condiciones psicológicas posibles –sin interrupciones, lejos de la familia, los amigos y las tentaciones– la secta posee casas grandes y cómodas, alejadas del mundanal ruido. Una vez reclutados, los neófitos son sometidos a un acelerado ritmo de actividades: trabajo, gimnasia, comidas muy frugales, otra vez trabajo, discusiones en grupo, rezos, cánticos, más trabajo. Siempre son conducidos por alguien, a un ritmo vertiginoso, y de unas manos pasan a otras. Poco después, no pueden pensar por sí mismos, se transforman en dóciles autómatas manipulados por simples voces de mando.

Larry Park, un californiano que logró escapar de la secta, comenta: “Se induce a un estado de armonía que algunos consideran como un trance letárgico causado por el cansancio. De él sólo se sale por la desprogramación”.

Los primeros tres años de vida del moonista, en cualquier país, se inician con la tarea de recolectar fondos en las calles. Paralelamente, los adeptos donan a la secta todas sus pertenencias: se empieza por una cámara fotográfica, un aparato de música, un par de esquíes, una moto... Y más adelante, los salarios casi completos, sus propios departamentos o las casas de sus padres –si han fallecido– y hasta suculentas herencias. En El maestro habla, una compilación de los discursos del falso monje, se exponen los requisitos esenciales para ser un buen moonista: privarse de dinero y comodidades, de alimento y sueño, de relaciones sexuales y amigos; saber sufrir y ser capaz, de abandonar el empleo, la pareja, los hijos. En pocas palabras: estar dispuesto a todo.

El 12 de enero de 1972, en una presentación en la Universidad de Berkeley, Moon dijo: “Si están a punto de matar, hay que hacerlo verdaderamente; o si van a golpear algo, hay que hacerlo verdaderamente. Siempre hay que hacer las cosas con la misma concentración; sólo así funcionará”.

“Hagan lo que digo, no digan lo que hago”

Los seguidores de Moon pueden tener relaciones sexuales sólo después del matrimonio. El propio “monje” autoriza los casamientos y los celebra personalmente en una enorme ceremonia colectiva, en la cual él y su esposa se presentan vestidos de rey y de reina. Pero éste es otro gran negocio: el primero de julio de 1982, el “reverendo” casó más de 2 mil parejas en el Madison Square Garden, de Nueva York, a un costo de 300 dólares cada una. Es decir, se embolsó 600 mil dólares en un solo día. En octubre de ese mismo año, la ceremonia se efectuó en Seúl, a un costo un poco más barato, con casi 6 mil parejas.

Otra regla prohíbe el divorcio entre moonistas. El “mesías” coreano, sin embargo, vive con su quinta esposa. Y buscando en su pasado se encuentran un proceso judicial por estupro, dos condenas por bigamia y dos denuncias por cometer actos obscenos dentro de uno de sus templos.

Por una parte, los discípulos de Moon son hijos de la pequeña, mediana y alta burguesía, jóvenes que carecen de un proyecto de vida para el futuro. Se sienten confundidos o desilusionados por la falta de perspectivas que les ofrece la sociedad capitalista, llena de promesas, posibilidades y tentaciones pero vacía de oportunidades reales. Algunos de ellos son adictos a las drogas; otros abúlicos y nihilistas. Estos muchachos encuentran en la secta lo que más les falta: una “familia”, un ideal en el cual creer y un trabajo que les hace sentirse útiles.

Por otra parte, menos devotos a la religión pero firmes seguidores de las ideas políticas de la secta, también se encuentran algunos destacados personajes que defienden con uñas y dientes a la misma sociedad que expulsa a esos jóvenes: ciertos intelectuales de la “derecha democrática”, políticos liberales o conservadores, ex ultraizquierdistas desilusionados, dirigentes reaccionarios, profesores universitarios “de centro”, altos miembros de las fuerzas armadas y empresarios dispuestos a hacer negocios como sea. Un auténtico aquelarre.

Detrás de Sun Myung Moon hay mucho más que una misión religiosa. De un lado, el ex electricista montó una de las maquinarias más eficaces para producir dólares; de otro, construyó a su alrededor un poderoso aparato ideológico con vínculos políticos, económicos y militares del más alto nivel. Si todo esto es pura mística, cabe preguntarse qué no hubiera hecho si sus apetencias hubieran sido únicamente terrenales.


14 de Noviembre de 2003
* Sexto y último de una serie de seis artículos


Anteriores:
I - Un reverendo hijo de... ¿Dios?
II - El mesías evasor de impuestos... y atómico
III - A la conquista de América Latina
IV - Un manipulador audaz como pocos
V - Los “salvadores” del mundo

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